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lunes, 22 de agosto de 2016

Matutina de la Mujer: Agosto 22, 2016

JESÚS SIGUE SIENDO DE NAZARET.”


“¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno? […] Ven y compruébalo” (Juan 1:46).



TODOS tenemos la tendencia a mirar a otros por encima del hombro. Los ciudadanos de un país actúan con prepotencia con los del país vecino porque este es económicamente menos desarrollado
que el suyo; los nacionales se sienten con derecho a mayores privilegios que los extranjeros; la gente de ciudad se considera más adelantada que la de pueblo; los partidarios de una religión se creen más santos que los de otra, por causa de sus doctrinas o de sus hábitos, que ven como mejores; muchos creen que su raza o su sexo es superior o más puro, aunque todos hayamos sido creados a imagen y semejanza de un mismo Dios.

¿Y qué pasa con la gente que es del país, el pueblo, la religión, la raza y el sexo peor considerados? Con toda seguridad han elegido a otra gente sobre la que creerse superiores. Esta es una realidad tan común como devastadora de la vida cristiana.

En los tiempos de Jesús, los judíos se creían superiores a los demás pueblos de la tierra. Y dentro de las mismas fronteras de Israel, los habitantes de Jerusalén miraban por encima del hombro, por ejemplo, a los de Galilea, sin duda menos desarrollada que la orgullosa capital. Incluso Natanael, que no era de Jerusalén sino de la misma Galilea, se sentía con derecho a menospreciar a los habitantes de Nazaret, a la que consideraba una región más atrasada que la suya (ver Juan 1:44-46).

Por eso no podía creer que de tan despreciado lugar pudiera salir algo bueno, mucho menos un Maestro al que pudiera seguir y, ya no digamos, el Mesías. Y es que ese es el efecto de este tipo de orgullo y prepotencia: nos venda los ojos ante las grandes verdades de Dios, y nos cierra las puertas de antemano a la sensibilidad y a las relaciones interpersonales significativas.

Le gustara o no a Natanael, Jesús era de Nazaret. Nos guste o no a nosotras, Jesús sigue siendo de Nazaret. Su evangelio no es para que lo compartamos únicamente con los más fuertes, los más ricos, los más cultos o los más sofisticados, y mucho menos para sentimos nosotras superiores por causa de él. Es para vivirlo con todos. Por eso, cuidado con la influencia tóxica del orgullo y el prejuicio.

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