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jueves, 11 de agosto de 2016

Matutina de la Mujer: Agosto 11, 2016

Nadie es perfecto (ni siquiera yo)


«El Señor me ha dicho: “Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra plenamente en la debilidad”. Así que prefiero gloriarme de ser débil, para que reposa sobre mí el poder de Cristo» (2 Cor. 12: 9).



SONÓ EL TELÉFONO, interrumpiendo el ajetreo de una típica tarde de entre semana cargada de tareas escolares, limpieza de la casa y preparación de la cena. «Hola», respondió Jill. «Mamá, ¿te has
olvidado de mí?», preguntó una voz adolescente. Un rápido recuento visual: «Uno, dos, tres, cuatro… ¡Oh, no, me falta Erica! Yo creía que todos mis polluelos estaban en el nido…», pensó esta mamá. «Erica, perdóname mi amor, me olvidé por completo de ir a recogerte, ahora mismo salgo para ahí». El lloriqueo del otro lado de la línea no hizo sino profundizar aún más el sentimiento de culpa de una mujer estresada. «¿Cómo he podido olvidarme de mi propia hija?», se preguntaba?“ Yo te digo cómo: porque así es la vida, no existen madres perfectas, por más que una quiera aparentar serlo o por mucho que a una le parezca que las demás sí lo son.

Pretender tener siempre el control de todo lo que sucede en nuestro hogar es simplemente un espejismo, una expectativa nada realista. Por una razón muy sencilla: porque nadie es perfecto. Nuestros hijos no son perfectos; nuestros esposos no son perfectos; nuestros matrimonios no son perfectos; nosotras no somos perfectas… No es de extrañar, pues, que nos sucedan cosas como esta, o incluso peores.

Lo bueno de que seamos imperfectas (hay que mirar siempre el lado bueno de las cosas), de que tengamos debilidades y cometamos errores, es que para Dios se abre con nuestra imperfección una oportunidad de actuar en nuestras vidas y de conducirnos a una dependencia total de él. Ahí, en esa relación íntima de dependencia, es donde adquirimos la fortaleza, la energía y la fe necesarias para las difíciles batallas del día a día.

«No quiero decir que ya lo haya conseguido todo, ni que ya sea perfecto, pero sigo adelante con la esperanza de alcanzarlo, puesto que Cristo Jesús me alcanzó primero» (Fil. 3: 12). ¡Qué gran antídoto para el decaimiento de ánimo que te asalta tras cada error y cada situación difícil que afrontas como madre! En Cristo hay combustible para la siguiente prueba, y esperanza en que la superación de las dificultades diarias te hará idónea para el cielo.

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