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miércoles, 10 de agosto de 2016

Matutina de la Mujer: Agosto 10, 2016

Más gracia


«Y tú, que juzgas a otros por hacer esas cosas, ¿cómo crees que podrás evitar el juicio de Dios cuando tú haces lo misma?» (Rom. 2: 3, NTV).



EMILY estacionó su auto frente al parque y bajó con sus hijas a jugar un rato. De camino a los columpios se fijó en dos niños que jugaban completamente solos, y decidió averiguar con quién
estaban. Finalmente identificó a la mamá; estaba en el estacionamiento, sentada dentro de su auto, observando a la distancia. «¡Qué madre tan irresponsable! ¿Qué le cuesta bajarse del auto? ¿Es demasiado pedirle que juegue con sus niños?». Hasta aquí, todas podemos estar de acuerdo con Emily. Nuestro espíritu crítico hace acto de presencia casi sin que nos demos cuenta. Lamentablemente.

Avancemos seis meses. Emily está de nuevo embarazada, y este es un embarazo de riesgo. Apenas tiene fuerzas para hacer nada, pero sus hijas insisten en que las lleve al parque. «De acuerdo, las llevaré al parque, pero mamá no podrá jugar, no se siente bien». De camino al parque, Emily siente ganas de vomitar, así que decide quedarse dentro del auto vigilando a sus hijas. Al rato, un pensamiento se le cruza por la mente: «¡Oh no, me he convertido en aquella madre! ¿Qué pensará cualquiera que me vea?».*

Gracias a Dios que la vida da este tipo de giros que nos ayudan a abrir los ojos y darnos cuenta de cuán injustas somos cuando juzgamos. Juzgar es peligroso y, lo más triste de todo, es que nadie está libre de cometer los mismos «errores» que ve a los demás. Juzgar es el camino más rápido para dejar de darnos cuenta de nuestros propios defectos, y por tanto para dejar de crecer, mejorar y buscar el perdón. Si has de examinar los actos de alguien, que sean los tuyos propios. Examina solo tu corazón.

Con respecto a los corazones de los demás, guardemos para ellos la gracia. ¿Y qué es la gracia? En términos divinos, «gracia» es ofrecer misericordia en lugar de? castigo, por eso «Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia» (2 Tim. 1: 9). En términos humanos, «gracia» es tener compasión primero, y después pensar y actuar conforme a ella. Cambiamos el mundo a fuerza de gracia.

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