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jueves, 25 de agosto de 2016

Matutina de Adultos: Agosto 25, 2016

“VIAJE CON LOS JUDÍOS – 6”


A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron. Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Juan 1: 11, 12



HAY UNA PREGUNTA que es preciso formular: Si hubiera una comunidad remanente para conservar y propagar el recopilatorio de la verdad divina al principio de la historia de la salvación,
¿no se deduciría que el mismo Dios que suscitó el primer remanente también suscitaría un último remanente para conservar y propagar esas mismas verdades al final de la historia?

El Apocalipsis es claro: «Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer y se fue a hacer la guerra contra el resto de la descendencia de ella, contra los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo» (Apoc. 12: 17). ¡Dios tendrá un remanente al final de la historia! ¿Quiénes son? Pueden encontrarse porciones de los once principios de la verdad divina en comunidades de fe del mundo entero. Pero solo hay una comunidad de fe que abarque los once, centrándolos todos en Jesucristo, la gran suma de toda la revelación divina. También ellos son su pueblo elegido. No porque sean más grandes que el resto —Israel no lo fue ni lo será—. Sino porque Dios, en su gracia y providencia soberanas, los suscitó como herederos del patrimonio remanente del antiguo Israel para compartir las nuevas alegres y urgentes de estas verdades divinas con un mundo en el tiempo del fin.

Los sujetalibros coinciden. Pero esa realidad es una espada de doble filo. Porque aunque hay causa de regocijo en el legado de la verdad divina y razón suficiente de estar agradecidos por su posesión (si es verdad que la verdad puede ser poseída), también hay una advertencia inherente. Nuestro texto declara que Cristo fue rechazado por «los suyos», por su comunidad remanente. Por lo visto, la posesión intelectual de la «verdad» no es garantía alguna de salvación ni validación de los elegidos. Solo se extiende esa pertenencia a la familia de Dios a los que lo «reciben» personalmente.

En uno de sus últimos partidos, Babe Ruth estaba teniendo un día terrible en el campo de béisbol. Tan solo en una entrada, sus errores fueron responsables de cinco carreras por parte de sus contrincantes. La voluble multitud abucheó a la estrella senescente mientras salía del diamante cabizbajo. De repente, un muchachito saltó al campo y, con lágrimas, corrió a abrazar a su héroe. Babe alzó en brazos al chiquillo, lo lanzó al aire y lo despeinó, y los dos salieron al banquillo agarrados de la mano. De repente, el abucheo se detuvo y se hizo el silencio en el estadio. ¿Por qué? Porque los espectadores vieron a un héroe que, a pesar de un pésimo día, seguía interesándose por un niño. Como ves, en último término, una relación lo cambia todo.

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