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viernes, 19 de agosto de 2016

Matutina de Adultos: Agosto 19, 2016

«ESPOSO DE SANGRE»


«Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviera mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa y sin mancha». Efesios 5: 25-27



ES UNA DE LAS HISTORIAS más extrañas de todas las Escrituras. Cuatro viajeros agotados se dejan caer como un fardo sobre el duro suelo de un desierto aparentemente dejado de la mano de
Dios. Sus músculos cansados y doloridos se niegan a dar un paso más y, antes de que caiga la noche, todos están profundamente dormidos. De repente, la oscuridad se inunda con la luz de un Ser que tiene una espada desenvainada en la mano. Puesto a horcajadas sobre uno de los durmientes, alza su arma al cielo nocturno. En ese instante se despiertan dos de los durmientes: el que era objeto de «ahorcajamiento» y su esposa, que tenía los ojos como platos. Presintiendo la inminente muerte de su esposo, salta en la sombra hasta un tercer durmiente, le rasga su vestidura y en un periquete circuncida a su muchacho. Y cuando arroja ese minúsculo trozo de piel masculina a su marido, el Ser amenazador desaparece en la noche. Fin.
Este breve relato de Moisés y Séfora y la precipitada circuncisión de su hijo menor a medianoche ante la amenaza divina produce pasmo. Pero aún más impresionante es su enseñanza, afilada como una cuchilla, para los dirigentes espirituales: ¡Cuidado con el susurro: «No importa»!
Porque para aquellos a los que Dios ha llamado a guiar a su pueblo a la tierra prometida, en realidad sí importa. Para los predicadores y los maestros es un gaje del oficio la peligrosa inoculación que puede insensibilizar el corazón de los pastores al propio Libro que es su ocupación, su profesión y su vocación. La familiaridad puede engendrar desprecio o, al menos, descuido. Moisés conocía la señal del pacto de la circuncisión. Él mismo escribió el relato de Génesis 17. Pero él y su esposa decidieron que el ritual no importaba realmente para su segundo hijo. Sin embargo, «tal descuido de parte del jefe elegido no podía menos que menoscabar ante el pueblo [que estaba a punto de dirigir] la fuerza de los preceptos divinos» (Patriarcas y profetas, cap. 22, p. 231). Cuando ya no practicamos lo que predicamos, comprometemos a toda la comunidad de los elegidos. Y abdicamos de nuestra autoridad moral a dirigir.

¿Dónde está el evangelio de la esperanza para los dirigentes espirituales? Séfora gritó: «Tú eres para mí un esposo de sangre» (Éxo. 4: 25, NVI). Ahí está también nuestra liberación. Porque en el Calvario Cristo se convirtió en el Esposo de sangre de su esposa, la iglesia: su sacrificio no solo limpia a los dirigentes espirituales, sino que, además, nos concede nueva autoridad moral para volver a guiar sin compromisos.

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