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domingo, 14 de agosto de 2016

Matutina de Adultos: Agosto 14, 2016

“ENTRE LAS ALAS DE LOS QUERUBINES”


«Entonces oró Ezequías delante de Jehová diciendo: “Jehová, Dios de Israel, que moras entre los querubines, solo tú eres Dios de todos los reinos de la tierra. Tú hiciste el cielo y la tierra”». 2 Reyes 19: 15



CUANDO UNA NOTICIA es mala de verdad —cuando el teléfono suena a las dos de la madrugada, cuando el médico se sienta con los resultados de tu análisis, cuando llama el abogado, cuando llama
la policía—, ¿qué hacer?

Pregúntaselo a Ezequías, que afrontaba una sentencia de muerte a la mañana siguiente. El rey acababa de recibir una amenaza por «correo expreso» enviada por el comandante de los 185,000 guerreros asirios que tenían a su ciudad presa de asfixia. «Ríndete o date por muerto». Agarrando la carta, Ezequías fue aprisa a la casa de Dios. Cayendo angustiado al suelo del templo, el rey presentó ante Dios la amenaza escrita y elevó esta oración desesperada: «Señor, Dios de Israel, entronizado entre los querubines, ¡sálvanos!». Es una representación excepcional de Dios que se usa siete veces en las Escrituras: «entronizado entre los querubines», y evoca el tonante monte Sinaí, donde, a solas con Moisés, Dios diseñó el arca de oro que había de colocarse en el lugar santísimo de la nueva «iglesia» portátil de Israel. «Harás también dos querubines de oro […]. Allí me manifestaré a ti, y hablaré contigo desde encima del propiciatorio, de entre los dos querubines» (Éxo. 25: 18-22). El arca había de ser una representación sagrada y gráfica en la tierra ¡del propio trono de Dios en el cielo! Y la cámara estaría perennemente henchida del blanco fuego de la gloria divina entre los querubines.

«Señor, Dios de Israel, entronizado entre los querubines, ¡sálvanos!». Es una «oración al estilo de Daniel 8: 14», porque solo una vez al año, en el Yom Kipur, el Día de la Expiación, osaba el sumo sacerdote entrar en la ardiente gloria del lugar santísimo en la «purificación del santuario», un ritual simbólico de la purificación final del santuario celestial, profetizado por Daniel, antes del catastrófico fin del mundo. Viviendo como vivimos en esta hora de la purificación final, ¡cuán apasionante resulta la oración del rey para cualquier crisis que afrontemos!: «Oh Dios, entronizado entre los querubines, sálvame. ¡Sálvanos!». Aun a las dos de la madrugada, ¿no puede Cristo «salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por» nosotros? (Heb. 7: 25, NVI). Así lo hizo por el rey desesperado, y a la mañana siguiente 185,000 soldados asirios amanecieron muertos.

Y Dios también responderá tu «oración al estilo de Daniel 8: 14» con independencia de la crisis. Así que ora. Y ten esperanza. Porque sigue entre los querubines. Y sigue siendo el propiciatorio.

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