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lunes, 18 de julio de 2016

Matutina de la Mujer: Julio 18, 2016

UNA CUESTIÓN DE COHERENCIA


“Ten cuidado de ti mismo y de lo que enseñas a otros, y sigue firme en todo. Si lo haces , te salvarás a ti mismo y salvarás también a los que te escuchan” (1 Tim. 4:16).



La Asociación Estadounidense del Corazón es el máximo referente en cardiología no solo de los Estados Unidos, sino del mundo entero. Durante su Congreso Anual de 1993 celebrado en Atlanta, un total de trescientos mil médicos, enfermeros e investigadores se reunieron para debatir, entre otros asuntos, la importancia de que la dieta se base en alimentos bajos en grasa, para que el corazón lata fuerte y sano. Todos estaban de acuerdo en esta afirmación, obviamente y, sin embargo, algo interesante sucedió. Según datos ofrecidos por los gerentes de los locales donde estos profesionales de la salud comían durante sus descansos, el consumo de comida chatarra -hamburguesas, bocadillos de panceta, papas fritas o refrescos- fue prácticamente igual al de otros grupos de congresos que nada tenían que ver con la salud.

Cuando le preguntaron a uno de los cardiólogos si él particularmente estaba dando mal ejemplo al consumir como cualquier otra persona tanta cantidad de alimentos de alto contenido en grasa, contestó: “No, yo no doy mal ejemplo porque me quito la tarjeta de identificación para comer”.* Sobran las palabras ¿verdad? Qué más se podría añadir a esta realidad tan reveladora salvo hacer ver el hecho de que, en nuestra vida cristiana, muchas de nosotras caemos en esta misma incoherencia, tal vez no en materia de alimentación, pero sí en otros ámbitos de la conducta.

Nosotras también somos un referente para el mundo. ¿Seremos, pues, coherentes con nuestras creencias? ¿Daremos ejemplo, no solo de palabra sino con nuestra vida, de cómo se llevan a la práctica los principios del evangelio?

Tú y yo somos “la sal de este mundo. Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para nada, así que se la tira a la calle y la gente la pisotea”; por eso, siguiendo la exhortación de Jesús, “procuremos que nuestra luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que nosotros hacemos, todos alaben a nuestro Padre que está en el cielo” (Mat. 5:13-16).

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