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sábado, 2 de julio de 2016

Matutina de la Mujer: Julio 2, 2016

¡QUÉ FRACASO NO APRENDER DE LOS FRACASOS!


“Me he dedicado de lleno a la comprensión de la sabiduría, y hasta conozco la necedad y la insensatez” (Ecle. 1:17, NVI).



SE CUENTA que un joven periodista recibió el encargo de entrevistar a un experimentado y muy exitoso hombre de negocios. “Señor, ¿cuál diría usted que ha sido la clave de su éxito?” “Dos
palabras -respondió el hombre-: buenas decisiones”. “¿Y cómo se aprende a tomar buenas decisiones?”, quiso saber el joven. “Una sola palabra: experiencia”, dijo el empresario. Tomando notas, el periodista añadió: “¿Y cómo se adquiere esa experiencia?” “Dos palabras: malas decisiones”.

Puede parecer una paradoja, pero no lo es:  malas decisiones es, en muchos casos, la clave del éxito, siempre y cuando sepamos hacer de esas experiencias algo útil para el futuro, bien porque nos han llevado a descubrir cuáles son y cuáles no son nuestros verdaderos talentos, bien porque nos han enseñado que la próxima vez que pasemos por una situación similar hemos de tomar decisiones diferentes, o bien porque nos hemos dado cuenta de que debemos cambiar totalmente de rumbo.

Llevado a términos espirituales, este relato  trae a mi mente una realidad que, en demasiadas ocasiones, conduce a la gente al fracaso cuando la experiencia, bien utilizada, podría haber llevado al éxito rotundo en esta vida y la venidera. Por ejemplo, hay gente que, aun teniendo temor de Dios, habiendo nacido en un hogar cristiano o conociendo las verdades del evangelio, toma malas decisiones en la vida: un enamoramiento fulminante que termina arrastrándonos a una relación destructiva, a malas compañías o a un abandono de la experiencia religiosa; un embarazo de soltera que ha precipitado infinitas decisiones cada cual más errónea; un coqueteo con las drogas, el alcohol u otra adicción que de pronto se apodera de nuestra voluntad… Todas cometemos errores y a todas nos cuesta admitirlos, pero tras la experiencia vivida como consecuencia de la mala decisión siempre tenemos dos opciones: 1) permanecer estancadas en el error o indecisas por miedo al rechazo, al dolor o al sacrificio; y 2) no dejar que las malas decisiones se eternicen en nuestra vida sino utilizar la experiencia para vencer la carrera de la fe.

Las malas decisiones pueden ser el camino a las buenas decisiones. Quizá si nunca tuviéramos ciertas experiencias de oscuridad, nunca llegaríamos a la luz de una fe sólida y madura.

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