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jueves, 16 de junio de 2016

Matutina de Menores: Junio 16, 2016

SONIDO… PERO SIN SONIDO


Sin fe es imposible agradar a Dios. Hebreos 11:6



El pueblo se volvió al verdadero Dios en oración y arrepentimiento, después de que cayera fuego en el monte Carmelo, y esto abrió el camino para recibir la promesa de la lluvia. Elías se volvió al rey
Acab.

“Mejor es que comas y bebas, porque se oye sonido de lluvia que está viniendo”.

¿Sonido de lluvia? ¡No había ni una nube en el cielo! ¿Escuchaba Elías algo que nadie más podía oír? Para nada. El sonido que escuchaba estaba en su corazón. Por fe sabía que su Dios enviaría lluvia. Pero, esto no significaba que se iba a poner de pie allí, con sus brazos cruzados, a esperar. No, fue a la cima del Monte Carmelo y se postró en humildad.

Después de su primera oración, pidió a su siervo que subiera y mirara hacia el mar. “No veo nada”, informó el hombre. “Solo el cielo azul y el mar”.
Seis veces Elías oro y seis veces el siervo volvió sacudiendo su cabeza. Sin embargo, Elías no se dio por vencido.

“Elías se humilló a sí mismo, hasta que estuvo en una condición tal que no se atribuiría la gloria a sí mismo. Esta es la condición bajo la cual Dios oye la oración, porque entonces le daremos a él la alabanza… Únicamente Dios es digno de ser glorificado” (Dios nos cuida, p.  112)

La séptima vez, el siervo dijo: “Hay una pequeña nube del tamaño de una mano de hombre que sale del mar”.
Elías se enderezó. ¡Era suficiente! Había acabado de orar ahora. Para que la mayoría de las personas creyera, el cielo tendría que estar lleno de nubes; pero no para Elías. Y eso que no era diferente de ninguno de nosotros. Todos nosotros podemos desarrollar el mismo tipo de fe en el Señor si oramos como él oró aquella tardecita.
“Ve y dile a Acab que se apure”, dijo Elías a su siervo. “Dile que prepare su carro y descienda, de manera que la lluvia no lo detenga”.
Mientras tanto, el cielo se había puesto oscuro, con nubes. El viento comenzó a rugir y la lluvia comenzó a caer copiosamente sobre la tierra sedienta.
Elías, un verdadero hombre de Dios, no guardó ningún rencor contra Acab, sino que estuvo dispuesto a guiar su carro humildemente, a través de la tormenta enceguecedora, hasta el palacio en Jezreel, cerca de 20 millas [32 km] bajando por el valle.

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