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miércoles, 1 de junio de 2016

Matutina de la Mujer: Junio 1, 2016

Pasar por alto la ofensa


«El prudente pasa por alto la ofensa» (Prov. 12: 16).



DJOSEPH PARKER, ministro cristiano en Londres, subió al púlpito una mañana y comenzó a predicar. Mientras hablaba, una mujer le arrojó un papel. Parker lo recogió y, asombrado, vio que
tenía una palabra escrita: «¡Estúpido!». Entonces comentó: «He recibido muchos anónimos en mi vida. Todos eran textos sin firma pero hoy, por primera vez, he recibido una firma sin texto».*

Todas estamos expuestas a ofensas, insultos y comentarios negativos, porque nuestras acciones resultan visibles: como madres en el hogar, como maestras en la escuela, como líderes en la iglesia… somos blanco fácil del menosprecio. La gran pregunta es: ¿Cómo reaccionamos cuando lo recibimos?

Parker, por ejemplo, respondió a la ofensa con otra ofensa, pero ¿es ofender la mejor opción para una persona cristiana? Yo me inclino más por imitar a Ana. Su caso tampoco fue fácil. Ella simplemente estaba orando a Dios y, de la persona que menos hubiera sospechado por considerarlo un hombre espiritual, recibió un latigazo: «¿Hasta cuándo vas a estar borracha? ¡Deja ya el vino!» (1 Sam. 1: 14). ¡A saber cómo hubiera reaccionado yo, con mi corazón a veces inconverso, si me hubieran llamado borracha así, de buenas a primeras! Pero Ana, a diferencia de mí, respondió a la ofensa con gran suavidad y entereza: «No es eso, señor. No es que haya bebido […], sino que me siento angustiada y estoy desahogando mi pena delante del Señor. No piense usted que soy una mala mujer, sino que he estado orando todo este tiempo porque estoy preocupada» (1 Sam. 1: 15-16). ¡Se le notaba que era una mujer de oración. Por eso respondió a la ofensa con palabras que fueron un bálsamo pacificador.

Pero ni Ana ni el pastor Parker son nuestro modelo a imitar, sino Jesús. Cuando «los hombres que estaban vigilando a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban. Le taparon los ojos, y le preguntaban: “¡Adivina quién te pegó!”. Y lo insultaban diciéndole otras muchas cosas» (Luc. 22: 63 —65), sin embargo, el no respondió ni reaccionó ante la ofensa. Jesús no estaba sordo, pero sí hacía oídos sordos porque sabía que, en realidad, cuando alguien quiere ridiculizar a otra persona, la que queda en ridículo es ella misma. No nos humillemos poniéndonos al mismo nivel. Aprendamos a perdonar y, sobre todo, a no ofender.

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