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miércoles, 1 de junio de 2016

Matutina de Adultos: Junio 1, 2016

La esperanza de los elegidos


“Estas cosas […] fueron escritas como enseñanza para nosotros, para quienes ha llegado el fin de los siglos”.  1 Corintios 10:11, LBA.



UNA NOCHE, EL GRAN filósofo inglés Thomas Carlyle se encontraba en una casa llena de invitados en una fiesta de Año Nuevo en un hogar del norte de Inglaterra. Al extenderse la velada, la
ociosa cháchara y el frívolo palique de los asistentes a la celebración empezaron a crisparlo. Decidiendo dejar al gentío a su danza y sus canciones, Carlyle salió un momento de la casa y se adentró en la noche negra y ominosa, ocultas las argénteas estrellas por furiosas nubes de tormenta que cruzaban el oscuro horizonte. Un viento frío y quejumbroso le tiraba de la capa. En la oscuridad, Carlyle se orientó hasta el mar embravecido, hasta que al fin se encontró de pie en la costa inglesa. Mientras las grandes olas barridas por el viento se estrellaban a sus pies, los truenos de medianoche retumbaban en lo alto y la negra noche se vertía en la oscuridad del abismo. El año viejo se desvanecía ante el nuevo, y el alma del gran filósofo, atrapada en la enormidad de todo ello, exclamó: “¡Me hallo en el centro de inmensidades, en la confluencia de eternidades!” (Llewellyn A. Wilcox, Now Is the Time, p. 15).

Y nosotros también, porque nunca ha habido una generación sobre la tierra que haya afrontado las “inmensidades” acumuladas que afrontamos nosotros. Ecológicamente, los agoreros predicen la desaparición del ecosistema delicadamente equilibrado de nuestro planeta. Económicamente, los expertos más sabios de la tierra pierden la esperanza de dar la vuelta alguna vez a nuestras economías globales en caída libre. Moralmente, la sociedad se desangra, y ningún poder parece capaz de detener el mal. Políticamente, los gobiernos de la tierra buscan desesperadamente algún dirigente carismático que aún pueda unir al mundo en la paz. Espiritualmente, las religiones de esta civilización buscan urgentemente una colaboración para salvar a los habitantes del planeta.

¿Y proféticamente? Los antiguos profetas, unánimemente, pronosticaron la unión de estas mismas fuerzas en vísperas de la destrucción (léase liberación) de la tierra. Sin embargo, tras su propia letanía de predicciones escatológicas (que suenan a los titulares cotidianos de nuestros días), Jesús cambió radicalmente el centro de interés, pasando del juicio a la esperanza, cuando prometió: “Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca” (Luc. 21:28).

Y eso quiere decir que a esta generación de los elegidos, “para quienes ha llegado el fin de los siglos”, ha sido legada la mayor “confluencia de eternidades”, la mayor esperanza de todas: el próximo regreso de Cristo. ¡No es de extrañar que nos mande erguirnos con esperanza!

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