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miércoles, 18 de noviembre de 2015

Matutina de Adultos: Noviembre 18, 2015

La Gioconda está triste


“Entonces Nabucodonosor se llenó de ira, cambió el aspecto de su rostro contra Sadrac, Mesac y Abed-nego y ordenó que el horno se calentara siete veces más de lo acostumbrado” (Daniel 3:19).



De todas las obras pictóricas del Renacimiento italiano, una de las más famosas es La Gioconda, el retrato de La Mona Lisa, que Leonardo da Vinci pintó en 1503 y que se exhibe en el Museo del Louvre de París (Francia). Lo singular de este cuadro es la enigmática sonrisa de La Gioconda que proporciona a su rostro una mirada misteriosa y ambigua que ha merecido las más sutiles interpretaciones y que, en realidad, nadie ha sabido imitar en las miles de copias que se han hecho de ella.

Hace unos años, en un concurso de cortometrajes, el ganador fue una película producida por Televisión Española, La Gioconda está triste. El guionista quiso plasmar en una ingeniosa parodia la situación a la que estaba llegando la humanidad debido a la pérdida de la capacidad de sonreír. Un día, el guardián del Louvre encargado de la sala donde se encuentra la pintura, observó con asombro que había desaparecido la sonrisa de la dama y en su lugar se contemplaba una horrible mueca de tristeza. Al principio se creyó que el cuadro original había sido robado y en su lugar habían colgado una mala reproducción, pero no, el cuadro era el original. Tampoco se trataba de un fenómeno químico que hubiera corrido los colores. La perplejidad de los técnicos aumentó cuando empezaron a llegar noticias de que, en todas las copias existentes en otros museos del mundo, La Gioconda había perdido su sonrisa trocada por un gesto de tristeza. Finalmente se interpretó este extraño suceso como el reflejo de la propia realidad de la sociedad. La humanidad había perdido la facultad de sonreír.

Se convocó entonces un encuentro internacional en Londres con representantes de todo el mundo. Allí, ante el famoso Big Ben, mientras el reloj tocaba las doce campanadas, las gentes reunidas debían romper el hechizo de la tristeza comenzando todos a sonreírse los unos a los otros. Pero, a pesar de los esfuerzos realizados nadie lo conseguía, convirtiéndose el intento en la expresión de muecas horribles y en llantos. El reloj continuaba dando las campanadas y al llegar a la última, se produjo un cataclismo que destruyó el planeta.

La ficción de este filme no deja de tener cierta concomitancia con la profecía del temor general en el tiempo del fin. Esta es una de las grandes tragedias de nuestra acelerada vida. Pero la Escritura nos dice: “Estad siempre gozosos” (1 Tes. 5:16), y nosotros sabemos por qué.

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