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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Matutina de Adultos: Septiembre 30, 2015

La revolución de la gracia


“Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús, nuestro Señor, porque, teniéndome por fiel, me puso en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; pero fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Y la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús” (1 Timoteo 1:12-14).



En realidad, el reino de Dios, el mundo mejor, empieza en el nuevo nacimiento espiritual que debe operarse en el ser humano. Todo lo que no cambie el corazón humano no podrá lograr la ruptura de las cadenas de dolor de este mundo. La conversión a Cristo, la obra del Espíritu Santo, es la revolución más radical y profunda que pueda efectuarse para conseguir un mundo mejor.

Esta fue la única revolución que Cristo enseñó y de la cual, la experiencia de Pablo es un buen ejemplo. De un pertinaz perseguidor de los cristianos, blasfemo, violento, injuriador, Dios hizo un ministro fiel del evangelio, constructor de la paz, el amor y la igualdad entre los hombres. La descripción de su conversión es de lo más emocionante: “Durante algún tiempo fue un poderoso instrumento en manos de Satanás para proseguir su rebelión contra el Hijo de Dios. Pero pronto este implacable perseguidor iba a ser empleado para edificar la iglesia que estaba a la sazón demoliendo. Alguien más poderoso que Satanás había escogido a Saulo para ocupar el sitio del martirizado Esteban, para predicar y sufrir por el Nombre y difundir extensamente las nuevas de salvación por medio de su sangre” (Los hechos de los apóstoles, p. 84).

Quien fuera un temerario perseguidor de la iglesia, ahora era un poderoso instrumento de Dios y canal del amor celestial, como se observa en sus palabras a Filemón: “Te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis prisiones, el cual en otro tiempo te fue inútil, pero ahora a ti y a mí nos es útil.

Te lo envío de nuevo. Tú, pues, recíbelo como a mí mismo. Yo quisiera retenerlo conmigo, para que en lugar tuyo me sirviera en mis prisiones por causa del evangelio. Pero nada quise hacer sin tu consentimiento, para que tu favor no fuera forzado, sino voluntario. Quizá se apartó de ti por algún tiempo para que lo recibas para siempre, no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado, mayormente para mí, pero cuánto más para ti, tanto en la carne como en el Señor” (File. 1:10-16).

Esta es la revolución de la gracia, silenciosa, pacífica, eficaz y profunda que Dios puede obrar hoy en tu corazón.

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