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miércoles, 19 de agosto de 2015

Matutina de la Mujer: Agosto 19, 2015

La Rosa, el Trueno y el Relámpago


La blanda respuesta quita la ira. Proverbios 15:1



Hubo en tiempos del rey Saúl un hombre rico cuyos rebaños pacían en los campos de Carmel. Era un hombre malo, que desposó a la mujer más bella y prudente de la comarca. Se llamaba Nabal, que quiere decir “necio”, y ella Abigail, que significa “mi Padre se regocija”. Habitaban en Maón, al sur de Judá.

Un día llegó a las inmediaciones de Carmel una tropa de inconformes capitaneada por David, héroe en desgracia que huía del rey. Allí se relacionaron con los pastores de Nabal, y los protegieron de los abigeos.

Todo iba bien hasta que llegó la esquila, la cual coincidió con la escasez de víveres de esos cuatrocientos hombres. David envió un grupo a pedirle ayuda al rico. Era la costumbre. Pero Nabal, en vez de agradecer y compartir, tronó contra ellos (ver 1 Samuel 25:10, 11).

David se propuso castigar al avaro. Subían los cuatrocientos la cuesta que va a Carmel, cuando divisaron un grupo que avanzaba hacia ellos. David preparó el ataque. El suspenso reinó en la colina. Pero los corazones se aquietaron cuando advirtieron que se trataba de una recua cargada de víveres, dirigida por una mujer. David se incorporó y quedó frente a ella, el relámpago ante la rosa. Ella desmontó y se echó a sus pies rogando: “No haga caso ahora mi señor de ese hombre perverso, de Nabal; porque conforme a su nombre, así es… y ahora este presente que tu sierva ha traído a mi señor, sea dado a los hombres que siguen a mi señor” (vers. 25-27).

David bajó la mirada, se miró en esos ojos asustados y se sintió reprendido por la prudencia. Ella le dio el obsequio y él guardó la espada. Ella enjugó una lágrima y él se fue.

Mientras festejaba la esquila, el borracho Nabal oyó de su mujer el relato de cómo había librado a su hacienda del exterminio. Entonces maldijo al que se llevó su pan, su vino y su carne, cayó al suelo y pronto murió.

La siguiente vez que David volvió a Carmel no fue para pelear, sino para consolar a la mujer que en el camino de la guerra le enseñó a hacer la paz y ganó su corazón. Y para darle el trato de una reina.

Tal vez vives con un hombre rudo. Que Dios te ayude a suavizarlo con la gracia de un carácter apacible.

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