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jueves, 18 de junio de 2015

Matutina de la Mujer: Junio 18, 2015

El Trago Amargo


Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Mateo 26:39



Desde que tengo memoria, siempre quise ser enfermera. Desde pequeñita mis padres me animaban en mis deseos. Tenía una pequeña valijita de enfermera con algunas jeringas de vidrio que ya no servían, una mascarilla de tela que mi mamá había confeccionado, y algunas ampollitas de medicamentos vencidos. Pero lo que me faltaba eran algunas pastillitas para darle a mis muñecas cuando se enfermaban. Por coincidencia, mi papá justo estaba tomando unas cápsulas de algún medicamento que yo desconocía, y cuando las vi pensé que eran sumamente importantes para mi equipo. Así que mi amoroso papá volcaba el fino polvito blanco de las cápsulas en una cuchara, se tomaba el amargo medicamento y me regalaba la cápsula vacía para jugar.

El trago amargo era para mi padre, pero con cada cápsula yo tocaba el cielo de felicidad: tendría medicamentos para mis muñecas.

Ese incidente me ha hecho pensar en el amor de nuestro Salvador. Cuando el martirio se avecinaba, rogó: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mat. 26:39). El trago amargo fue para Jesús, a fin de que nosotros fuéramos felices.

Al leer este versículo podemos pensar que Jesús le estaba pidiendo a su Padre que considerara otra opción. Yo creo que Jesús no le estaba pidiendo a su Padre que quitara la cruz, porque a eso vino. Él lo sabía. Lo que pedía era que Dios le quitara la angustia, ante la posibilidad de quedar para siempre separado de su Padre. Jesús, el Hijo de Dios, estaba por morir, estaba por cargar sobre sí todo el pecado de la humanidad para clavarlo con él en la cruz. ¡Nunca había experimentado algo así!

Quizás en algún momento nos tocó tomar algún medicamento con un sabor repulsivo. La experiencia fue desagradable, pero lo hicimos porque era por nuestro bien. De común acuerdo con su Padre, Jesús tomó voluntariamente ese trago amargo que le traería dolor y muerte, pero proveería la medicina sanadora para el pecado de la humanidad. ¡Eso sí es amor!.

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