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domingo, 3 de mayo de 2015

Matutina de Adultos: Mayo 3, 2015

¿Hasta cuándo vacilaréis entre dos pensamientos?


«Entonces Elías, acercándose a todo el pueblo, dijo: “¿Hasta cuándo vacilaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidlo; si Baal, id en pos de él”. Y el pueblo no respondió palabra». (1 Reyes 18: 21)



El Carmelo se hallaba situado en una región boscosa; aunque ahora, debido a la pertinaz sequía, estaba agostado. En una de sus cumbres, contrastaban los altares erigidos para el culto de Baal y Astarté con el derruido altar al Dios del cielo. Elías eligió este lugar elevado para que se manifestase el poder de Dios y se vindicase el honor de su nombre. Las multitudes fueron llegando a la cumbre con expectación. La comitiva de los profetas de Jezabel desfiló primero delante del pueblo, después el rey ocupó su trono. Frente a todos ellos estaba Elías, el único que se había presentado en nombre del Señor.

Sin temor, el profeta se mantuvo en pie y clamó: «¿Hasta cuándo vacilareis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidlo; si Baal, id en pos de él». Pero nadie se atrevió a manifestar su lealtad al Señor. Necesitaban algo más, una muestra incontrovertible de que Jehová era Dios. ¡Qué triste! El Señor aborrece la indiferencia y la deslealtad en tiempos de crisis para su causa. Los que somos hoy un espectáculo para el mundo y los ángeles, lo seremos mucho más cuando lleguen las escenas finales de la gran controversia entre el bien y el mal.

La voz de Elías rompió de nuevo el silencio y propuso los términos de la prueba: dos bueyes para dos sacrificios, aquel sobre el cual descendiera la llama divina y lo consumiera sería el Dios verdadero. Primero los sacerdotes de Baal ofrecieron en su altar uno de los bueyes. Durante todo el día, estuvieron celebrando ritos y ceremonias, invocando el nombre de sus dioses, danzando, cantando, se sajaban el cuerpo con lancetas, pero no vino fuego del cielo. Después, a la hora del sacrificio de la tarde, Elías reconstruyó con doce piedras el altar de Jehová, compuso la leña y la víctima y ordenó al pueblo que derramase sobre el altar y el holocausto doce cántaros de agua. Amonestó al pueblo por la apostasía que había traído aquella terrible sequía, se postró ante el altar de Dios y pidió la respuesta del cielo. Expectación, silencio opresivo, solemnidad, terror en los sacerdotes de Baal y, de pronto, como brillantes relámpagos, llamas de fuego consumieron el sacrificio, evaporaron el agua y lamieron las piedras del altar. La gente cayó de rodillas y clamó: «¡Jehová es Dios! ¡Jehová es Dios!».

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