Buscar...

jueves, 30 de abril de 2015

Matutina de Adultos: Abril 30, 2015

¡Tú eres ese hombre!


«Se encendió el furor de David violentamente contra aquel hombre, y dijo a Natán: “¡Vive Jehová, que es digno de muerte el que tal hizo! Debe pagar cuatro veces el valor de la cordera, por haber hecho semejante cosa y no mostrar misericordia”. Entonces dijo Natán a David: “Tú eres ese hombre”». (2 Samuel 12: 5-7)



El Salmo 19 fue una de las porciones de las Escrituras que aprendí de memo­ria en las Clases Progresivas, cuando tenía doce años. Hoy, más de sesenta años después, la verdad es que todavía soy capaz de recitarlo con admiración: «Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos». Pero había una frase en el Salmo 19 que no entendí hasta que fui pastor: « ¿Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocul­tos». ¿Cometemos errores que no conocemos? ¿Podemos ser responsables de los pecados ocultos que se producen sin que tengamos plena consciencia de ello? ¿De qué está hablando el salmista?

Desconocemos la fecha exacta en que fueron escritos ciertos salmos, pero el 19 bien pudo redactarse tras la visita que el profeta Natán hizo al rey para denun­ciarle su grave pecado en el caso de Urías, cuya esposa, Betsabé, había tomado David, ordenando después que el soldado muriera en el campo de batalla. El sabio profeta contó al rey una parábola: un hombre rico que tenía muchas ovejas para obsequiar y agasajar a un visitante se había apoderado de la única cordera de un ciudadano pobre a la cual este cuidaba con mucho cariño. Al escuchar el rey semejante injusticia y atropello, reaccionó con gran furia y condenó al agraviador como alguien digno de muerte. Entonces, hubo un momento de silencio y el pro­feta, señalando con su dedo al monarca, le acusó: « ¡Tú eres ese hombre!».

No siempre nos damos cuenta de lo que estamos haciendo. El pecado gene­ra una especie de obnubilación de la conciencia. Los pecados ocultos resultan de tendencias internas incontroladas; son los pecados de costumbre, aquellos que, siendo graves, nuestra acomodaticia conciencia los trata con enorme per­misividad; pecados que justificamos cuando son nuestros porque tenemos un velo en los ojos que nos impide reconocerlos, pero que juzgamos con extrema­da dureza cuando son yerros ajenos. David comprendió al profeta y se arrepin­tió amargamente de aquel pecado cuya aspereza y malignidad habían quedado mitigadas ante sí mismo, pero no ante el juicio de Dios.

Pide a Dios que te ayude a ser consciente de tus pecados ocultos y arre­piéntete de ellos. En Jesús encontrarás perdón. Entonces, tendrás poder para enfrentar los desafíos que la vida te depara.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario