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martes, 21 de abril de 2015

Matutina de Adultos: Abril 21, 2015

El mayor de los milagros de Jesús


«Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadloy dejadlo ir”».(Juan 11: 44).



La resurrección de Lázaro es reconocida por Elena White como «el mayor de los milagros de Cristo», el cual «llegó a ser la evidencia más positiva de su carácter divino» (El Deseado de todas las gentes, págs. 482, 486). Encon­tramos en este magnífico relato (Juan 11) tres imperativos enfáticos y significa­tivos, dos de ellos dirigidos a la iglesia; el más vehemente, dirigido al difunto. Estas órdenes tienen que ver con el regreso a la vida espiritual de quienes han muerto también al evangelio, con su restitución en la familia y en la iglesia:

«Quitad la piedra». Si bien es cierto que Cristo es el único que les puede devolver la vida, ha de contar con nuestra colaboración para preparar su acción. Esa piedra que mantiene a un buen número de creyentes en el sepulcro es la de creer que ya nada se puede hacer por ellos; es la piedra de nuestro desprecio o condena; es la piedra de nuestra indiferencia o intolerancia; puede ser la piedra de nuestro orgullo que no está dispuesto a ir en su busca.
« ¡Lázaro, ven fuera!». Los que hoy viven alejados de la iglesia no son extraños a la voz de Cristo. Conservan la semilla de la vida porque fueron amigos de Jesús. Es necesario simplemente que despierten al oír el clamor de su voz. El mismo poder que en la resurrección del día postrero penetrará el mundo del silencio, puede irrumpir hoy en el mundo del silencio de los muertos espirituales. Y el grito del Príncipe de la vida que hizo eco en el espíritu dormido de Lázaro puede hacerlo en el de tu amigo, tu hermano, tu hijo, mi hijo y sacarlos de la tumba.
«Desatadlo y dejadlo ir». Cristo les ha devuelto la vida, han salido del sepulcro, pero todavía llevan el sudario y las vendas de los difuntos. Son las reminiscencias de su estancia en el mundo: el aspecto, las costumbres, una voluntad débil, vulnerable, amistades… de todo esto hemos de ayudarles a desprenderse. Es una obra de amor, de com­prensión, de paciencia. Dejadlos ir, no les pongáis en cuarentena, no los señaléis con el dedo porque estuvieron con los muertos. Son ahora, como Lázaro, ¡vivo rescatado de entre los muertos!
Dios puede hoy renovar tu vida espiritual, levantarte del letargo en que te encuentras y reavivar tus anhelos misioneros.

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