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jueves, 16 de abril de 2015

Matutina de Adultos: Abril 16, 2015

Yo y mi casa serviremos a Jehová


«Si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová». (Josué 24:15)



Siempre han sido muy importantes las palabras de despedida, los adioses pronunciados por alguien importante. Hoy quiero meditar en las últimas palabras de Josué dirigidas al pueblo de Israel, cuando la conquista estaba ter­minada, repartido el territorio e iniciada la vida regular en la tierra prometida, todavía poblada por pueblos cananeos. Los términos finales de sus palabras, recogidas en nuestro texto, son un eco lejano de las del propio Moisés antes de morir: «A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, de que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia» (Deuteronomio 30: 19). Ambos insisten en el imperativo de la elección entre la fidelidad o la rebeldía, la obediencia o la desobediencia, la bendición o la maldición.

Josué añade algo que me parece significativo: el acuerdo y compromiso asu­mido por toda su familia. Aunque la fidelidad al Señor y la salvación son cues­tiones que incumben al individuo personalmente, nunca la Palabra de Dios ha inhibido, en el proceso de la conversión, a la familia como una unidad solidaria, representativa y garante de sus miembros. En el episodio de la conversión del carcelero de Filipos, Pablo y Silas dieron el mensaje del Señor a este y a todos los de su casa, él y todos los suyos fueron bautizados por haber creído en Dios (Hechos 16: 32-34). Nadie fue forzado a aceptar, todos fueron primeramente adoctrinados, pero nadie fue objeto de exclusión, ni siquiera los esclavos.

Josué se declaró guardián de su familia en el compromiso de escoger la fidelidad a Dios. Sabía que esto implicaba educación, instrucción, prevención, amor y autoridad; pero no renunció a ello, lo asumió y proclamó firmemente la adhesión solidaria de su casa a Dios. Los Diez Mandamientos se promulgaron en un contexto social que integraba y responsabilizaba a toda la familia: «Yo soy Jehová, tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia por millares a los que me aman y guardan mis mandamientos»; además, la observancia del sábado involucra a todos miembros del hogar (Éxodo 20: 5-6, 10).

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