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miércoles, 15 de abril de 2015

Matutina de Adultos: Abril 15, 2015

Abraham, Sara y Agar


«Dijo Sarai a Abram: “Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva, y quizá tendré hijos de ella”. Atendió Abram el ruego de Sarai» (Génesis 16: 2-3)



Varios estudios arqueológicos han desmentido en diversas ocasiones la teoría que considera a los patriarcas como figuras étnicas, y no como per­sonajes históricos. Han mostrado que tanto los nombres como sus hechos co­rresponden a anales, contratos y leyes que existían en la época en que vivieron. Este es el caso con respecto a las relaciones conyugales de Abraham, Sara y Agar, cuya base jurídica es el famoso Código de Hammurabi del Museo del Louvre de París.

Hammurabi fue un rey amorreo del Imperio babilónico que vivió en el siglo XVIII a.C. y reinó entre 1792 y 1750 a. C., coincidiendo con la época patriarcal. A él se atribuye la recopilación y exposición pública de un conjunto de leyes civiles que grabó en una estela de basalto negro de 2,25 metros de al­tura, compuesta por 39 columnas con 3.624 líneas de escritura cuneiforme. En las secciones 144-146, se prescribe: «Si un hombre libre se ha casado con una sacerdotisa y si esta no le ha dado hijos porque es estéril, la esposa podrá dar a su marido, como concubina, a una esclava para que entre en su casa y tenga hijos con ella. Si la esclava tuviere hijos, no podrá igualarse con su señora por ello y si se ensoberbeciere con la dueña, la señora no podrá venderla; la marcará y la tendrá entre sus esclavos». En otros textos legales de la época se indica que la esclava dará a luz en las rodillas de su dueña y que el hijo que nacerá será hijo de la señora, con todos los derechos sucesorios.

Abraham y Sara se adelantaron a los planes del Señor, dudaron de la posibi­lidad material de la promesa, les faltó la fe en la divina providencia. De modo que, para posibilitar el nacimiento de un heredero, recurrieron a las prácticas legales de su tiempo. Así nació Ismael, el hijo de la esclava; pero, más tarde también nació Isaac, el hijo de la promesa. Dos hijos, dos descendencias, dos pueblos, desde entonces y hasta hoy, rivales y enfrentados en una guerra atávi­ca interminable. ¿Será acaso el resultado inevitable de seguir prácticas y leyes del mundo en lugar de confiar plenamente en Dios y cumplir sus mandamien­tos? También hoy existen matrimonios autorizados por las leyes humanas que Dios no aprueba. Por eso nunca hay que olvidar que hay un Dios en los cielos.

Decídete hoy a no vivir una simulación espiritual, sino una genuina vida de fe y confianza en el Padre celestial.

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