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martes, 3 de marzo de 2015

Matutina de la Mujer: Marzo 3, 2015

Echa tu pan sobre las aguas


«Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás.» Eclesiastés 11:1



Los bulbos o tubérculos guardan en sí una fascinante cualidad: saben esperar sin desanimarse. También son misteriosos, pues no ofrecen resultados inmediatos. A no ser por el dibujo o la fotografía que los define en la etiqueta del paquete donde vienen, es imposible saber a primera vista lo que saldrá de ellos.

Son feos, cenicientos, y de apariencia arrugada y marchita; bien podrían pasar por algo inservible ante el ojo inexperto. El jardinero experimentado, sin embargo, no se desanima ante la apariencia marchita de un rizoma. Al contrario, sabe lo que tiene en sus manos y se goza en ello. Sabe que la apariencia no es el mejor aliado de estas plantas que, a su tiempo, hermosearán el jardín como ninguna otra.

La paciencia del jardinero ante el feo rizoma pronto será premiada con bellos tulipanes, irises, callas blancas, nardos, dalias, amarilis y peonías que inundarán el jardín con su exquisita fragancia y sus vividos colores. Las plantas bulbosas perennes requieren tiempo para crecer, pero vale la pena esperar.  Su aparición es siempre una fiesta en el jardín.

Cuando me siento desanimada porque los cambios que deseo ver realizados en mi vida no son inmediatos, recuerdo entonces los rizomas y tubérculos de mi jardín. Recuerdo que todo en la vida requiere tiempo, y que debemos aprender a esperar pacientemente.

¿Te desaniman tus faltas? ¿Te desconsuela ver que tus oraciones no son contestadas, o que esa persona a quien tanto amas se muestra cada día más renuente al amor de Dios y parece ser que, por más que le supliques que deje su pecado, se aferra a él cada día más? Salomón sabía muy bien de estas cosas. Nos dio este consejo para que no dejemos de hacer el bien, aunque parezca no haber cambios: “Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás” (Ecl. 11:1).

Nosotras no sabemos a dónde irá a parar la semilla que sembramos, ni siquiera podemos predecir qué fruto dará; pero eso no ha de preocuparnos. Dios es el Jardinero celestial, y él se ocupará de hacerla germinar, a su tiempo.

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