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jueves, 12 de marzo de 2015

Matutina de la Mujer: Marzo 12, 2015

Dichosos los que no vieron y creyeron


«Jesús le dijo: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron» Juan 20:29




Durante cuatro mil años, el pueblo de Israel aguardó la llegada del Mesías. El Salvador del mundo había sido representado a los hebreos mediante figuras, imágenes y ritos. Sin embargo, cuando vino a los suyos, ¡no lo reconocieron! Muchos exigían “pruebas” para poder creer. Pero sería uno de sus propios discípulos quien exhibiría una enorme incredulidad cuando manifestó que necesitaba “ver para creer”.

Y tú, ¿necesitas “ver para creer”? De alguna manera, esta es una forma de “someter” a Dios a nuestras directrices, asumir el mando, marcar el rumbo de nuestra vida espiritual y ponerle condiciones al Padre celestial. ¿Tiene eso algo que ver con la fe? ¡De ninguna manera!

Hace un tiempo tuve la oportunidad de visitar la ciudad de León, en el noroeste de España. Mientras estaba en el recibidor de una iglesia, un hermano invidente llegó guiado por una simpática perrita entrenada para esta labor. Él no podía ver, pero confiaba plenamente en Ivana, su guía fiel. Ella lo conducía a las reuniones de la iglesia; recorría varios kilómetros desde su casa, en pleno centro de la ciudad. Solo necesitaba escuchar la orden de su dueño para llevarlo de manera segura a su deslino. Este hombre ama a Ivana y confía en ella. Pero ¡nunca la ha visto! Eso no hace falta: el vínculo entre ambos es muy grande.

¿Y tú? ¿Necesitas “ver para creer”? Eso no es fe. La fe va mucho más allá del mero reconocimiento de la existencia de Dios. “Donde no solo existe una creencia en la Palabra de Dios, sino que la voluntad se somete a él; donde se le entrega el corazón y los afectos se aferran a él, allí hay fe, una fe que obra por el amor y purifica el alma. Mediante esa fe, el corazón se renueva conforme a la imagen de Dios” (El camino a Cristo, cap. 7, p. 95). Por eso, dice la Biblia: “A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Ped. 1:8).

Hoy recuerda que tú y yo estamos incluidas en la bienaventuranza de Jesús, puesto que hemos creído en él sin haberlo visto y, por ello, nuestro gozo es indescriptible. Bendita seas.

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