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miércoles, 25 de marzo de 2015

Matutina de Adultos: Marzo 25, 2015

Cara a cara con Dios


«Jacob llamó Peniel a aquel lugar, porque dijo: “Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma”». (Génesis 32: 30)



Aquella noche Jacob quiso quedarse solo hecho un hervidero de zozobra, «solo e indefenso, se inclinó a tierra profundamente acongojado. […] Con vehementes exclamaciones y lágrimas oró delante de Dios» (Patriarcas y pro­fetas, pág. 175). No obstante, en lugar de encontrar la paz que buscaba, se en­contró con un adversario con quien luchó hasta el alba. Esta lucha misteriosa, “la oración combate”, es un segundo nivel de la oración. Hubo una aparición real y una lucha corporal con efectos físicos (vers. 31). Sin embargo, una lucha únicamente corporal no hubiera llevado a Jacob a la renovación moral que tuvo a continuación. Se trató de una crisis moral acompañada de una lucha corporal.

¿Quién era ese adversario? Jacob no lo reconoció. Todo lo que percibió fue que no se trataba de un enemigo ordinario. Era Cristo mismo. ¿Quién es el adversario que se opone a nosotros en nuestra oración agónica? El adversario es, en primer lugar, nuestra indigna vida de pecado: «Mientras así luchaba por su vida, el sentimiento de su culpa pesaba sobre su alma; sus pecados surgieron ante él, para alejarlo de Dios» (ibid.). El adversario son también las inoperan­tes promesas de Dios, fruto de una religión teórica, que se muestran inope­rantes cuando la crisis llega. El adversario es finalmente nuestra concepción insuficiente de Cristo, de su perfecta identificación con nuestros sufrimientos.

Cuando las primeras luces de la mañana se anunciaban, el desconocido le dio un golpe violento que le descoyuntó la cadera. Perdida toda fuerza física, Jacob se aferró con sus brazos al cuello de su rival. Y así alcanzó el tercer nivel de la oración: el abandono total, la fe total, un acto de la gracia de Dios que nos da la paz del perdón y la salvación. «¡Déjame que raya el alba!», le dice el desconocido y Jacob contesta con la osadía del supremo heroísmo de la fe: «No te dejaré si no me bendices» (Génesis 32: 26). «Este pecador y extraviado mortal prevaleció ante la Majestad del cielo» (ibíd.).

La bendición consistió en recibir un nombre nuevo, es decir, una nueva identidad. Jacob, que significa ‘suplantador’, fue cambiado por Israel, que sig­nifica ‘príncipe de Dios’. El sol ya había salido y Jacob llamó aquel lugar Peniel. Ese encuentro cambió su vida. Ahora estaba convencido de que había un Dios en los cielos… y él era parte de sus proyectos.

¿Has tenido un encuentro semejante con Jesús? ¿Estás dispuesto a experi­mentarlo?

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