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lunes, 23 de marzo de 2015

Matutina de Adultos: Marzo 23, 2015

Puerta del cielo


«Y tuvo un sueño: Vio una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo. Ángeles de Dios subían y descendían por ella. […] Entonces tuvo miedo y exclamó: “¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del cielo ”».
(Génesis 28: 12, 17)


Me imagino la impresión que causó a Jacob aquel sueño en su huida de la casa paterna, perseguido por la ira de su hermano Esaú, a quien había suplantado. Cuando nos encontramos en un trance de inseguridad, huyendo de nuestros propios errores, del rigor de circunstancias adversas o de la ira de quienes nos quieren mal; cuando no hay luz en el horizonte de nuestra vida, no sabemos lo que nos aguarda al final del tempestuoso viaje, ni conocemos cuál es la voluntad de Dios, entonces, ¡qué tranquilizador es tener un sueño, una revelación de la providencia divina! Esto es lo que le ocurrió a Jacob. El, que se sentía desdichado, abandonado, profundamente apenado de haber engañado a su anciano padre, vio una escalera que unía el cielo donde está Dios santo, misericordioso y todopoderoso con la miserable tierra donde estaba él, acosa¬do por el temor, la incertidumbre y la culpabilidad.

Jacob llamó el nombre del lugar Bet-el, ‘casa de Dios’, y añadió un sinónimo ‘puerta del cielo’. La imagen de una escalera que sube de la tierra al cielo pare¬cería ser una figura contextual simbolizada por los zigurats, torres piramidales escalonadas que tenían un santuario en la cúspide. Desde Filón, filósofo judío de Alejandría, la escalera de Jacob es la imagen de la providencia que Dios ejerce sobre la tierra, por el ministerio de los ángeles. Autores cristianos han visto tam¬bién en ella una prefiguración de la encarnación de Jesús, como un puente entre el cielo y la tierra. Ambas interpretaciones son correctas.

Jacob comprendió la grandeza de aquella revelación y sacralizó el lugar erigiendo una piedra como estela que ungió con aceite para materializar la realidad de la presencia divina, y sí, tuvo miedo porque en aquel paraje, con¬vertido en puerta del cielo, había visto la morada de Dios en el cielo y poniéndose con su morada también en la tierra, Bet-el.

Así es la providencia divina, magnífica, excelsa, grandiosa, aunque no siempre nos percatemos de ello. Es la representación del cielo y la tierra uni¬dos, es la gloria de Dios y sus ángeles junto a nosotros, asustados, impotentes, suplicantes.

Es él quien nos asegura su auxilio en las calamidades de la vida para recordarnos que hay un Dios en los cielos.

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