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miércoles, 18 de marzo de 2015

Matutina de Adultos: Marzo 18, 2015

El proceso de la tentación


«Cuando alguno es tentado no diga que es tentado de parte de Dios, porque Dios no puede ser tentado por el mal ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es atraído y seducido. Entonces la pasión, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte». (Santiago 1: 13-15)



En este importante pasaje sobre la tentación, Santiago no implica en ese pro­ceso al tentador, a saber, al diablo. La tentación parece producirse en el in­terior del espíritu humano como resultado de las pasiones de nuestra naturaleza caída que seducen la conciencia y la voluntad del individuo reclamando ser satisfechas y, una vez consumadas, generan el pecado. Es verdad que «la carne de pecado» ejerce en nosotros una evidente propensión a pecar, que la semilla del mal está sembrada en nuestras vidas por herencia o educación, que el me­dio que nos rodea está contaminado y representa una incitación al pecado, que la caída en el Edén debilitó considerablemente nuestro libre albedrío, y que Sa­tanás, con toda su sabiduría, es capaz de intuir o conocer nuestras debilidades, pero no tiene poder para acceder a nuestros pensamientos. ¿Cuál es entonces la función del diablo en la tentación? La experiencia de Jesús en los cuarenta días que permaneció en el desierto nos ilustra el proceso de la tentación.

Nuestro Salvador tomó la humanidad con todo su pasivo. Fue tentado en todo, como nosotros, pero sin dar lugar al pecado. Jesús no fue al desierto buscando la tentación, más bien, el Espíritu Santo le impelió a ir. Tampoco nosotros debemos invitar a la tentación frecuentando lugares, oyendo o viendo escenas donde sufriremos la provocación del pecado. Jesús demostró que Sa­tanás no ejerce un dominio absoluto sobre el hombre, no estamos fatalmente condenados a caer, podemos prever la tentación y resistir. Satanás sometió a Cristo a las tentaciones de los apetitos sensuales, el amor al mundo con todos sus atractivos y la del amor a la vanidad y el orgullo, las mismas pruebas a las que frecuentemente nos somete a nosotros.

Aunque no puede condicionar nuestra capacidad decisoria, conoce nues­tras flaquezas y ataca los puntos débiles de nuestro carácter. Siempre que nos encontremos desanimados, perplejos por las circunstancias o afligidos por las necesidades materiales, Satanás estará dispuesto a aprovechar nuestra impo­tencia para seducirnos y engañarnos. Él crea las circunstancias que nos indu­cen a pecar y no está ausente en el proceso de la tentación. Por eso liemos de protegernos como Cristo lo hizo: asistidos por el Espíritu Santo.

¡Hay un Dios en los cielos para vencer la tentación

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