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viernes, 20 de febrero de 2015

Matutina de Jóvenes: Febrero 20, 2015

Una humillación infinita


Haya, pues, en vosotros, este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Filipenses 2:5-11.



Nuestro Señor Jesucristo, que era Dios por naturaleza y por derecho, quien tenía todo el poder y la autoridad de universo en sus manos, desanduvo el camino de la rebelión, asumió el papel de criatura que Satanás no estuvo dispuesto a cumplir, sometiéndose a las condiciones de toda criatura.

Nuestro texto nos dice que, contrariamente al “sentir” de Satanás, para Jesús no era tan importante conservar su condición, poderes y prerrogativas divinos como poder rescatarnos de nuestra tragedia del pecado. Por ello se “despojó” (kenosis) a sí mismo; es decir, se vació a sí mismo, se anonadó (se redujo a la nada). Siendo Dios, infinito en poder y sabiduría, tomó forma (condición) de “siervo”. El siervo está para servir y obedecer. Y Jesús, que tenía derecho, como Dios, a la obediencia y el servicio de toda criatura del universo, asumió el papel de un servidor sumiso a la voluntad del Padre, “obediente hasta la muerte”.

Pero Jesús no asumió este papel de servidor en la condición de un ser angelical, más exaltado que el hombre, sino que fue “hecho semejante a los hombres” y adoptó “la condición de hombre”. Todo ello implica: limitaciones físicas y mentales; vulnerabilidad ante la enfermedad; sensibilidad al dolor, al hambre, a la angustia, a la depresión y a la incomprensión. Se expuso a sufrir conflictos interpersonales, al rechazo, a la discriminación, al odio y, sobre todo, adquirió la capacidad de morir.

El, que poseía toda la felicidad, el gozo, la comodidad y el bienestar inefables propios de la gloria, descendió a esta Tierra a vivir como el hombre común, como un humilde hijo de carpintero en un pueblecito perdido de las colinas de Galilea, para finalmente padecer la tortura indecible de la cruz, con toda la humillación y el dolor que representaba. Y todo lo hizo por amor a ti, porque deseaba verte salvo, seguro y feliz para siempre.

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