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lunes, 16 de febrero de 2015

Matutina de Adultos: Febrero 16, 2015

En tu luz veremos la luz


«Dijo Dios: “Sea la luz”. Y fue la luz.
Vio Dios que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas.
Llamó a la luz “día”, y a las tinieblas llamó “noche”.
Y fue la tarde y la mañana del primer día».
(Génesis 1: 3-5)


En varias ocasiones me han preguntado sobre el significado del misterio de la luz del primer día de la Creación. Sin luz no puede haber vida. Entonces, ¿cuál era la naturaleza de esta luz? No podemos pensar en la luz solar, que aparece el cuarto día.

    Las tres primeras acciones creadoras de Dios evocan el principio de separación. Es así como el Señor separa la luz de las tinieblas, las aguas superiores de las aguas inferiores y la tierra de los mares. Ahora bien, mientras que en todas las cosmogonías que conocemos el mundo es una emanación del ser o del pensamiento de la divinidad, en el relato del Génesis es el producto de un acto libre de la voluntad de Dios. Esto es lo que indica la expresión «dijo Dios», que aparece ocho veces en la narración. La palabra es la manifestación externa de la voluntad. Moisés emplea esta imagen para definir la Creación como resultado de la voluntad divina. Aquí hay una diferencia significativa entre el primer versículo del Génesis y los que siguen. En el primero «creó Dios». No sabemos bien cuándo ni cómo. En los restantes, el acto de cada día comienza con «dijo Dios», subrayando que el señor creó por medio de la palabra.

    Cuando el Génesis dice: «Sea la luz» no se refiere a la luz del sol. Esta luz,  cuya aparición viene tras la época de tinieblas que rodeaban la Tierra, no es presentada como proviniendo de Dios mismo, fuente de luz: «Dios es luz» (1 Juan 1: 5). Así será también en la tierra nueva. Sus habitantes «no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 22: 5).

    La separación de la luz y las tinieblas el día primero dio lugar a una división del tiempo en tarde y mañana, día y noche, todavía no regulada por el movimiento de traslación de la Tierra. La intención del autor es subrayar que la duración de cada día de la semana de la Creación era de veinticuatro horas y no periodos de miles o millones de años.

    Es la gracia de Dios la que permite que podamos ver la luz de cada día. Como dijo el salmista: «En tu luz veremos la luz» (Salmo 36: 9).

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