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jueves, 12 de febrero de 2015

Matutina de Adultos: Febrero 12, 2015

Un encuentro con Dios


«Fueron hallados tus palabras, y yo las comí. Tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, Jehová, Dios de los ejércitos».(Jeremías 15:16)



La vocación profética de Jeremías se produjo cuando todavía no había nacido: «Antes que nacieras, te santifiqué, te di por profeta a las naciones» (1: 5), y recibió el don profético y la orden divina de comenzar su misión cuando era un muchacho. Él se resistió: «¡Yo no sé hablar, porque soy muchacho!» (1: 6), pero el Señor le aseguró su ayuda: «Extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: “He puesto mis palabras en tu boca”» (1: 9). Más tarde, él cuenta lo que significó en su vida aquel encuentro personal con la Palabra de Dio: «Fueron halladas tus palabras, y yo las comí. Tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón» (15: 16).

                El ministerio de Jeremías no fue fácil. Fue llamado a ser profeta en tiempo de apostasía y crisis políticas en el reino de Judá, debiendo comunicar al pueblo rebelde mensaje de parte de Dios que les anunciaba duros castigos. Su ánimo decayó frente a la oposición de todos y quiso dejar la Palabra de Dios, ¡pero no pudo!: «¡Me sedujiste, Jehová, y me dejé seducir! ¡Más fuerte fuiste que yo, y me venciste! […] No obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos. Traté de resistirlo, pero no pude» (20: 7-9).

                La experiencia de Jeremías se puede aplicar al encuentro que tenemos con Dios al leer su Palabra. En las páginas de la Biblia, Dios habla al hombre, nos interpela, nos reprende, nos conmina a dejar un estilo de vida, nos muestra su voluntad, nos anuncia sus planes, fortalece nuestra fe y esperanza, y nosotros reaccionamos interpelando a Dios con confianza o duda, con devoción y con sacrificio, con fidelidad y con amor. Pero, en todo caso, si nuestra búsqueda de Dios es sincera y el encuentro es real, la lectura de la Palabra de Dios nunca nos puede dejar indiferentes. Dice Elena White: «Aquel que con espíritu dócil y sincero estudia la Palabra de Dios para comprender sus verdades, se pondrá en contacto con su Autor y, a menos que se por propia decisión, no tienen límite las posibilidades de su desarrollo» (La educación, pág. 112).

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