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sábado, 31 de enero de 2015

Matutina de la Mujer: Enero 31, 2015

La poda espiritual


Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Hebreos 12:5, 6



A principios de mi experiencia con la jardinería, sentía cierto recelo cuando se aproximaba la época de la poda. Cada año era lo mismo. Observaba mi pobre jardín, mustio y triste bajo los efectos del invierno, y no lograba entender por qué todo libro de jardinería recomienda enfáticamente la poda en esa estación.

La Campanita china, el Laurel cerezo, la Rosa de Siria y el hermoso Ciprés calvo parecían implorarme que los salvase de mis tijeras asesinas. La poda significaba el aniquilamiento de una planta que, luego de sobrevivir a los estragos del invierno, de seguro perecería bajo mis tijeras.

A primera vista, la poda puede parecer un proceso drástico: se corta, se arranca, se desgaja, se descompone. Pero, en realidad, la poda es una nueva oportunidad de vida. Habría que ver el milagro que ocurre en el jardín podado cuando comienza a producir nuevas ramas y brotes que buscan las alturas con renovado vigor. La poda rejuvenece, suprime la madera seca, equilibra el peso de los frutos sobre el árbol y asegura la productividad. Equilibra el desarrollo anual de la planta, orienta las ramas hacia el sol y promueve la revitalización al devolverle nueva vida a aquella planta o arbusto viejo o perjudicado por las plagas o el hielo.

En definitiva, su propósito es favorecer la productividad y el desarrollo equilibrado anual de la planta. Y cuán semejante es la poda del mundo vegetal a la poda que utiliza Dios con sus hijos terrenales. Esta es para nuestro bien. Así como el jardinero poda las plantas que ama, Dios disciplina a los que ama. Esta disciplina es una forma de santificarnos y, muchas veces, es el método que nuestro Creador utiliza para hacernos regresar a nuestro primer amor por él.

Hay pecados tan acariciados que la voz de Dios no logra penetrar las tinieblas que estos arrojan sobre el corazón del hombre. Generalmente, lo único que puede lograr un genuino despertar en estos casos es la necesidad de Dios que trae consigo el dolor.

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