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miércoles, 28 de enero de 2015

Matutina de la Mujer: Enero 28, 2015

Mete tu espada en su vaina


Jesús entonces dijo a Pedro: “Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber? Juan 18:11



Cuando tuve problemas con mi computadora portátil (notebook), los peores pensamientos llegaron a mi cabeza. Imaginaba todos mis archivos perdidos y, afligida, intentaba tocar cuanto botón encontraba para intentar arreglarlo. Al fin, en medio de mi desesperación, mi esposo sugirió que llamara a la compañía de la garantía para que ellos mismos lo arreglaran. Llame al servicio técnico y, en menos de una hora, todo volvió a funcionar normalmente. ¡Qué alivio!

En su afán por defender al Maestro, Pedro cometió una equivocación que le costó la reprensión de Jesús: “Mete tu espada en la vaina”. Durante el tiempo en que Jesús había estado con él, aún no había conocido ampliamente el plan de salvación, pues no había nacido del Espíritu. Tenía una visión terrenal, física, meramente carnal; pero Jesús le recordó su misión: “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?”.

Con frecuencia nuestra visión humana nos lleva a cometer errores de apresuramiento y, una vez tras otra, nos equivocamos queriendo arreglar todo por nuestra propia cuenta. Si entendiéramos realmente el plan de Dios para nuestras vidas, las historias que tendríamos para contar serían otras. “Nadie planifica el fracaso”, reza un dicho popular. Sin embargo, como hijos e hijas de Dios, planeamos el fracaso cuando no dejamos que él dirija nuestra vida. En su Palabra está la clave del éxito; y si somos guiados por ella, no habrá lugar para el fracaso.

José lo hizo. No se desesperó. No intentó hacer su propia voluntad. Y Dios le dio el éxito. Él confiaba en el plan divino para su vida y fue obediente en todo momento.

Padre celestial: es difícil entregarte mi voluntad cuando estoy acostumbrada a dirigirla por mí misma. Es difícil obedecer cuando las cosas no parecen adaptarse a mis intereses personales. Por eso, te ruego que tomes mi voluntad y la sometas a la tuya; que cada día me des el gozo de sentarme a tus pies y alimentarme de tu Palabra, que guía al pleno conocimiento de tus planes para mí, pues siempre son los mejores. ¡Amén!.

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