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viernes, 16 de enero de 2015

Matutina de Adultos: Enero 16, 2015

El que me juzga es el Señor


«En cuanto a mí, en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros o por tribunal humano. ¡Ni aun yo mismo me juzgo! Aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor». (1 Corintios 4: 3-4)

 

Emitir juicios sobre los ministros de Dios y hacer comparaciones entre ellos, ha sido práctica inventada de algunas iglesias. En la de Corinto, los creyentes se habían dividido en cuatro partidos rivales de acuerdo con sus preferencias: los de Pablo, el fundador de la iglesia; los de Apolos, un brillante predicador de Alejandría; los de Cefas, por haber sido uno de los doce que perteneció al grupo íntimo de Jesús; y los de Cristo, que rechazaban cualquier afiliación, pero no menos agresivos que los otros, puesto que, entre ellos, había «celos, contiendas y disensiones» (1 Corintios 3:3) que daban lugar a divisiones (1:10-11) y en las que los peor parados eran los propios ministros, denostados por unos, que los juzgaban implacablemente, y aplaudidos por otros, que los encomiaban en exceso. En este contexto, Pablo les dijo: «En cuanto a mí, en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros o por tribunal humano. ¡Ni aun yo mismo me juzgo! Aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el señor» (4: 3-4).

                ¿Quién no ha sido alguna vez juzgado mal, acusado de manera injusta? ¿Has sido alguna vez víctima de los celos, perfidia o maledicencia? ¿Te has visto calumniado, desprestigiado, hundido, denigrado o marginado por las malas lenguas sin saber cómo defenderte y sin poder demostrar la verdad?

                Si no te ha ocurrido todavía, te puede llegar a suceder y, entonces, jamás has de olvidar la importancia de tener la conciencia tranquila, que Dios conoce la verdad, que él es justo y santo, que además conoce tu corazón y que él es quien te juzga y defiende. También Daniel y Pablo fueron acusados y denunciados sin motivo por sus enemigos u opositores, pérfidos los unos o simplemente equivocados los otros, pero a ambos, Dios vindicó, los exoneró y los libró porque, al igual que Jesús, encomendaba «la causa al que juzga justamente» (1 Pedro 2:23).

                Recuerda que, cuando eres víctima de malos entendidos y falsas acusaciones, hay un Dios en los cielos… que en su momento dará a cada uno lo que le corresponde

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