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jueves, 18 de diciembre de 2014

Matutina de Menores: Diciembre 18, 2014

La Navidad misionera de Mica


«Y todos los que por causa mía hayan dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o terreno; recibirán cien veces más, y también recibirán la vida eterna» (Mateo 19: 29)



Por la ventana de su dormitorio, Micaela miraba los arbustos y las palmeras de la vereda que llevaba al hospital de la misión. Por más que se esforzaba, no podía imaginarse que la arena tibia de la playa era como la nieve de diciembre de su ciudad natal. Cuando su mamá y su papá habían llegado con la noticia de que se mudarían a la calurosa isla de Puerto Rico, Micaela, de diez años, saltó de alegría.

En la escuela, sus amigas la envidiaban, y durante las primeras semanas en la isla, Mica disfrutó de los jardines y de la playa todos los días, nadando en el mar y haciendo castillos de arena. Pero cuando su mejor amiga, Susana, le contó cuánto se divertían en su antigua escuela juntando hojas caídas con el rastrillo y haciendo montañas gigantes para después tirarse sobre ellas, Mica comenzó a sentir nostalgia de su ciudad. Su malestar llegó a un punto crítico al acercarse la Navidad.

El día de Navidad llamaron por teléfono a la abuela para desearle feliz Navidad, y la abuela dijo: «Anoche tuvimos la primera nevada». «¿Nieve? —lloriqueó

Mica—. Extraño una verdadera Navidad con nieve». «Mica —le recordó su abuela—, ¿acaso no sabes que la Navidad en Puerto Rico es mucho más parecida a la primera Navidad de Palestina? La arena, las palmeras, el clima cálido, eso fue lo que Jesús vivió ese primer día de Navidad». Mica estuvo de acuerdo, y les dijo a sus abuelos que los extrañaba. «Yo también te extraño —dijo la abuela—, pero sé que estás exactamente donde Dios quiere que estés, y eso me hace feliz. Después de todo, esa clase de amor es lo que envió a Jesús a esta Tierra. Y ese amor es el que nos mantendrá unidos toda la eternidad».

Mica contuvo sus lágrimas cuando se dio cuenta de que su abuelita tenía razón. Ser misionero era mucho más que ir de paseo a la playa o construir castillos de arena; es ser feliz de estar donde Dios quiere que estés, aunque tengas que perderte la Navidad en tu ciudad.

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