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sábado, 27 de diciembre de 2014

Matutina de Jóvenes: Diciembre 27, 2014

Ananías y Safira


“¿Por qué se pusieron de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? –le recriminó Pedro–. ¡Mira! Los que sepultaron a tu esposo acaban de regresar y ahora te llevarán a ti”. Hechos 5:9.



Hay que reconocer que era un matrimonio que tenía muy buena comunicación. Habían combinado un número, y respetaron la mentira hasta las últimas circunstancias.

Ellos no tenían necesidad de donar todo el dinero de la venta: era, solamente, hacer un pacto y cumplirlo. El problema surge cuando quieren mentir a Dios. Básicamente, porque es totalmente imposible.

Como Ananías y Safira, muchas veces queremos mentir al Señor, que es la Verdad. Seguramente, no es en relación con el valor de un terreno vendido y prometido para su obra; pero sí en diversos asuntos de nuestra vida.

Estamos en pecado. Somos absolutamente conscientes de la situación, pero intentamos explicar a Dios que no es pecado, es otra cosa (coloca el nombre que quieras). Armas una serie de razonamientos y excusas para engañar. Pero no puedes hacerlo ante quien todo lo ve.

Ananías y Safira actuaron influenciados por la acción de los otros. Su decisión no fue pensada, personal y racional; se basó en la emoción, en la copia de lo que José hizo, en lo que Bernabé donó. Si ellos lo hicieron –y quedó bonito–, nosotros también lo vamos a hacer. Cuando se dieron cuenta de lo que habían prometido, percibieron que no estaban preparados para dar ese paso.

Dios busca una relación personal, inteligente, verdadera y permanente con cada uno. El grupo, el montón, la multitud no es el espacio natural para un vínculo como el que Dios nos propone. En la sociedad que el Cielo nos ofrece, no hay lugar para la hipocresía, ni para la mentira ni para la falsedad.

La experiencia de Ananías y Safira deja extremamente en claro que para Dios el pecado es mortal. Quizá tu mentira no sea castigada con tu muerte instantánea (eso fue necesario en aquel momento de la historia de la iglesia), pero como Dios no cambia, para él continúa siendo fatal.

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