Golpear la roca
«Hay cosas que no sabemos: esas pertenecen al Señor nuestro Dios; pero hay cosas que nos han sido reveladas a nosotros y a nuestros hijos para que las cumplamos para siempre» (Deuteronomio 29: 29).
El sol ardiente lo golpea mientras guía a su rebaño al pie del monte Sinaí. Cuando llega, se detiene a estudiar las rocas unos instantes; luego levanta su vara y la baja sobre la roca con toda su fuerza Y, milagro, de la roca brota agua pura que refresca al pastor cubierto de polvo y a sus ovejas sedientas. Moisés, el pastor del desierto del Sinaí, sabe que en la profundidad de estas rocas corren arroyos de agua viva.
En el interior de las rocas que rodean el monte Sinaí hay vetas de piedra caliza porosa. Estas vetas atrapan y conservan el agua en la época de lluvia. El agua se cuela a través de estas vetas invisibles en el interior de las rocas y se junta en pequeñas piletas o vertientes. Los beduinos solo necesitan partir el costado de una roca reseca para que salga el agua.
Obedecer la orden de Dios de golpear la roca hubiera sido fácil para Moisés. Después de todo, Moisés debió de haber hecho lo mismo muchas veces durante los cuarenta años que pasó en el desierto. Él confiaba en las leyes de la naturaleza. Cada golpe de su bastón contra las rocas requería fe en las leyes de la naturaleza: el mismo tipo de fe que debemos tener tú y yo para apretar una llave de luz para que la lámpara se encienda.
Dios quiere que conozcamos y utilicemos las leyes de la naturaleza. Seríamos tontos si, conociendo y entendiendo el poder de un rayo, nos parásemos en la cima de una colina durante una tormenta. ¡Qué tonto sería, conociendo y entendiendo cómo funcionan los microscópicos conectores del cerebro que los destruyéramos con drogas: ¡Cuán ridículo sería que, sabiendo y comprendiendo cómo el pecado destruye nuestro cuerpo, mente y alma, siguiéramos pecando! No tiene sentido transgredir las leyes de la naturaleza cuando sabes qué es lo mejor.
(Continuará…)
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