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sábado, 11 de octubre de 2014

Matutina de Menores: Octubre 11, 2014

El punto ciego


Los centinelas gritan y cantan de alegría, porque con sus propios ojos ven al Señor regresando a Jerusalén. (Isaías 52: 8, NTV).



¿Sabías que, aunque tuvieras un cien por ciento de visión, igual tendrías un punto ciego? El punto ciego se encuentra donde el nervio óptico entra en el ojo. En este punto no hay terminaciones nerviosas sensibles a la luz. En ese punto, todos somos ciegos. Haz esta prueba para que te des cuenta Traza una cruz (+) en un papel y dibuja un punto exactamente a 7.6 centímetros de distancia de la cruz. Ahora cierra tu ojo izquierdo sostén la hoja delante de tu ojo derecho. Fija tu vista en la cruz, y comienza a mover el papel acercán­dolo a ti o alejándolo, hasta que consigas encontrar el lugar en el que el punto desaparece. Este es el punto ciego de tu ojo derecho.

No es casualidad que Dios hiciera tus ojos así. Tampoco es una imperfec­ción de la creación. Al contrario, tú y yo, y probablemente el resto del mun­do, haríamos bien en perfeccionar el uso de nuestro punto ciego. Piensa en los cambios que se producirían si todo el mundo desarrollara un punto ciego al color de la piel de los demás o si todos los que aman a Dios eligieran amar­se mutuamente comno hermanos ¿Y qué podemos decir respecto al peso de las personas? A los obesos se los llama vacas, cerdos, elefantes y ballenas. Tu punto ciego ¿es lo suficientemente grande como para ignorar esta imperfec­ción de tu compañero de clase o tu amigo? Es posible que, mientras tus com­pañeros se burlan del torpe de la escuela, se estén perdiendo el placer de conocer a una persona encantadora de verdad.

Recuerda la prueba que hiciste para localizar tu punto ciego. Cuando mi­ras la cruz, el punto desaparece. ¡Mmm! Quizás esta experiencia nos ayude a perfeccionar nuestro punto ciego espiritual. Jesús mostró su amor por to­dos nosotros —el torpe, el popular, el gordito, el sabelotodo— en la cruz. Si centramos nuestra mirada en la cruz de Cristo podemos desarrollar un amo­roso punto ciego hacia todos los hijos de Dios. Podemos aceptar al otro tal como es, y dejar que sea Dios quien se ocupe de sus defectos.

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