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domingo, 5 de octubre de 2014

Matutina de la Mujer: Octubre 5, 2014

Consuelo en el dolor


“El cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación”. 2 Corintios 1:4



Había sido un día intenso, y deseaba que terminan para regresar a casa. Solo faltaban las últimas pacientes del día. Silvia, a quien conocía desde hacía varios años, al terminar la consulta me comentó: “La próxima es Marta, mi amiga, la acompañé porque no está pasando un buen momento”.

Marta, una mujer elegante, amable, dejaba ver en su rostro una gran tristeza. Había estado casada con un hombre al que amaba profundamente. El único hijo de ambos había muerto en la niñez. Hacía poco se habían mudado a una casa en las afueras de la ciudad, especialmente diseñada con todas las comodidades y un hermoso parque para disfrutar el resto de la vida, pues acababan de jubilarse. A los pocos meses, su esposo enfermó y murió.

¿Qué decirle a Marta? Solo atiné a contarle que yo también había tenido pérdidas en la vida y en algo podía entenderla, pero había alguien que sí podía estar en su lugar, que la amaba y que en ese momento era quien le daría el mejor consuelo. Hablamos de Jesús, oramos y le regalé un libro. Continuamos con el control de rutina. Al despedirse me dijo: “Quiero que siga siendo siempre mi ginecóloga, me dio mucho más de lo que vine a buscar. Por favor, siga orando por mí”.

Después de varios meses, Silvia regresó para un control y me contó con tristeza que Marta había fallecido hacía un mes, luego de una corta enfermedad. “Quiso venir a verla —agregó Silvia—, pero ya no pudo. Nunca dejó de leer el libro que usted le regaló, lo tuvo hasta el último momento en su mesa de luz y me pidió que le dijera que jamás había olvidado la oración que hizo por ella aquel día”.

Me quedé sin palabras. “¿Por qué hay personas a quienes les toca sufrir más que a otras?” pensé. No tengo ni tendré respuesta aquí en la tierra, pero confieso que nunca imaginé que aquella sería la única oportunidad que tendría de hablarle a Marta de Jesús. Desde entonces no puedo dejar de contarles a los demás que hay Alguien que los ama y desea, cuando regrese a buscarlos, llevados a un lugar donde no habrá más lágrimas, ni dolor, ni consolación, porque todo será felicidad.

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