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viernes, 24 de octubre de 2014

Matutina de la Mujer: Octubre 24, 2014

Servir como al Señor


“Sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres”. Efesios 6:7.



Juan era un niño que vivía en el campo. Asistía a una escuela cercana a la pobre vivienda de su madre, enajenada mental. Cuando ella padecía accesos de furia, echaba al niño del hogar y él huía al monte, donde se refugiaba. Allí se escondía hasta que su madre salía a deambular. Entonces entraba a la casita, encendía el fuego y hacía una infusión de afana (planta silvestre usada en el norte argentino para alimentar al ganado menor) para calentar su estómago. Ese era, muchas veces, su único alimento.

En la escuela, varios maestros, compadecidos, daban a Juan ropas, alimentos y afecto. Juan los recompensaba con su alegría y sus progresos físicos, intelectuales y espirituales.

Aunque recibían un sueldo escaso, los docentes se unían para ayudar a ese muchachito de grandes ojos y mirada serena. No importaba cuál de ellos era ese año el que le enseñaba; todos colaboraban porque conocían la importancia que tiene la infancia en el futuro de una persona.

Pasaron los años. Juan tuvo que tomar decisiones difíciles La violencia y el abandono familiar agobiaban su delgado cuerpo, pero de alguna manera se las arregló para seguir yendo a la escuela, donde recibía fuerzas para seguir adelante. Tuvo que trabajar tempranamente y rechazar muchas tentaciones, pero había decidido no defraudar a los que confiaban en él.

Hoy, a pesar de su dura infancia, Juan es un hombre feliz. Aunque sigue viviendo en el campo, su casa es abrigada y cómoda, su trabajo es permanente y sus hijos asisten sin problemas a la escuela. Algunos de sus maestros aún enseñan y se alegran de ver que es un hombre recto y activo en su comunidad.

¿Cuál hubiera sido el destino de Juan, de no mediar el amor de los maestros? Seguramente sería hoy un delincuente, un resentido o un alcohólico. Pero esos docentes fueron los instrumentos que Dios usó para cambiar el rumbo de una vida destinada al desamparo y la exclusión, porque no solo le dieron las cosas materiales que tanto precisaba, también le ofrecieron aceptación, afecto y educación. Eso es lo que Dios espera de nuestro trabajo, que sirvamos “como al Señor”.

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