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domingo, 19 de octubre de 2014

Matutina de la Mujer: Octubre 19, 2014

El dolor de la culpa


“Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente”. Salmos 51:12



Lloraba amargamente cuando la vi. Las enfermeras de la clínica temían por una afección cardíaca que le había sido descubierta hacía poco. Zulema tenía un deterioro neurológico debido a su edad y un estado vascular delicado. Con 96 años, solo movía una mano y un poco la cabeza; aun así, su humor y su dulzura eran asombrosos.

Me llamó la atención verla llorar sin consuelo en su silla de ruedas, frente a la ventana, porque siempre disfrutaba del paisaje. Después de media hora se calmó; entonces le ofrecí un pañuelo y le pregunté si quería que habláramos de lo que le había causado tanto dolor. Mc refirió la historia de su hijo menor, a quien no esperaba y no quiso atender. Sentía que había sido muy buena madre para su primer hijo, no así para el segundo. La llegada del niño interfirió en sus planes y le pareció que no debía postergarse, por lo que contrató una niñera que la sustituyera para dedicarse a su proyecto de vida.

Ahora, después de tantos años, aparecía el fantasma de la culpa no confesada y la necesidad de perdón. Hablamos del amor infinito de Dios, que nos permite encontrar alivio si le entregamos nuestras cargas, además de perdonarnos antes de que se lo pidamos. Conversamos del alivio que da confesar las culpas, y de lo reparador que es hablar con los que hemos agraviado.

Lo asombroso de esta historia es que ese hijo, a quien Zulema decía no haber tratado como a un hijo, era tan tierno y atento con su mamá como el mayor. Él atendió las necesidades de su anciana madre hasta el último día.

Zulema no sabía que ya había sido perdonada por Dios y por su hijo, y la autoacusación la llevaba a justificar su actitud siendo un tanto áspera. Mantenía una conducta altiva con su hijo para que pareciera que ella “era así y deseaba ser así”. En realidad, ella sufría el dolor de la culpa.

¿Cuántas veces demoramos el alivio del pecado porque no confesamos nuestra culpa o no pedimos perdón a quien hemos causado dolor? Si ha sido tu caso, no intentes justificarte, el dolor de la culpa no te dejará. Confiésate a Dios y pide perdón a quien hiciste sufrir, y verás cómo el alivio del pecado marcará en ti la diferencia.

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