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domingo, 19 de octubre de 2014

Matutina de Adultos: Octubre 19, 2014

Minneápolis en retrospectiva


Llamaras su nombre JESÚS, porque él salvara a su pueblo de sus pecados. Mateo 1:21.



El congreso de la Asociación General de 1888 fue uno de los grandes momentos decisivos en la historia adventista del séptimo día.

No podemos tener la menor duda acerca de sus resultados. Guió a la iglesia de regreso a la Biblia como la única fuente de autoridad en doctrina y práctica; exaltó a Jesús y puso la salvación por la gracia, mediante la fe, en el centro de la teología adventista; contextualizó el rol apropiado de la Ley dentro del evangelio de la gracia; y llevó a reestudiar los temas de la Trinidad, la plena divinidad de Cristo y la personalidad del Espíritu Santo.

Y quizá lo más importante sea que otorgó al adventismo una interpretación más cabal del mensaje del tercer ángel de Apocalipsis 14:12: el texto central de la auto interpretación adventista. El pasaje no solo los identificaba como adventistas que esperaban con paciencia a su Señor mientras guardaban todos los Mandamientos de Dios, sino también puso delante de ellos el mensaje evangélico en el hecho de que el último mensaje de Dios para el mundo antes de la Segunda Venida (vers. 14-20) se centraría en tener fe en Jesús.

En resumen, el mensaje de 1888 transformó la manera de pensar de los adventistas en cuanto a su mensaje. Esa es la buena noticia.

La mala noticia es que el diablo siempre intenta asegurarse de que olvidemos o que descuidemos las buenas noticias. Así, algunos adventistas, en la década de 1890 y después, continuaron enfocándose en la Ley y no en el evangelio, mientras otros usaron el mensaje de Jones y Waggoner como una nueva puerta al antiguo legalismo y el perfeccionismo humano que se habían levantado para oponérseles.

La historia completa de la saga de Minneapolis trae a la mente dos de los hechos más grandiosos de la Tierra. Primero, la total perversidad de los seres humanos. Segundo, la  ilimitada gracia de Dios. Al considerar la historia de la iglesia en la era de Minneapolis, vienen a mi mente las palabras del gran himno de John Newton: “Sublime gracia del Señor, de muerte me libro”.

“Sublime gracia” es la única clase que existe. Esas dos palabras resumen el mensaje y el significad de lo sucedió en 1888.

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