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viernes, 19 de septiembre de 2014

Matutina de Menores: Septiembre 19, 2014

UN REGALO DE AMOR


«Confía en el Señor y haz lo bueno» (Salmo 37: 3).



Miles de relatos han surgido de la guerra de Vietnam, quizá más de uno por cada soldado que pasó por allí. Sin embargo, la historia de Paul Hensler es especial. No tiene nada que ver con sangre y violencia, sino con el amor y con el hecho de ser amado.

Paul salió directamente de una cancha de baloncesto al frente de batalla, tras un breve período de entrenamiento en un campamento para reclutas. La destrucción que presenció en Vietnam lo dejó estupefacto. Por dondequiera veía personas que sufrían a causa de la guerra, especialmente los niños huérfanos. Decidió hacer algo por ellos. A los dos meses de su llegada ayudaba a unos trece. Después de dos años su familia había crecido a ciento veintiséis. El y dos monjas lo eran todo para aquellos huerfanitos. Les llevaba comida y juguetes. Se convirtió en la persona que reparaba todo en el orfanato, ya fueran corazones rotos o sanitarios descompuestos. Durante el día jugaba con los niños y por las noches los consolaba para que no se asustaran con los ruidos de la guerra.

Al terminar su estadía en Vietnam, Paul acudió al orfanato a despedirse. Mientras estaba allí preguntó si podía hacer algo más para ayudarlos. Una de las monjas, que en un principio detestaba a Paul, le dijo:

—¿Recuerda cuando le dije que odiaba a los norteamericanos? Bien, me he convencido que no los odio a ellos, sino a quienes utilizan la guerra para lograr sus fines. Por eso, si usted desea ayudarnos, predique la paz a todos los niños con quien entre en contacto. Quizá cuando crezcan, se inclinarán del lado de la paz y no de la guerra.

Paul y aquella monja observaron a los niños en silencio. Luego él preguntó:

—¿Cree que los niños recordarán los momentos felices que pasamos juntos?

—Quizá no. Las cosas materiales se romperán o perderán. La comida se la habrán comido, y los sanitarios que arregló volverán a descomponerse. Lo mismo sucederá con las horas de juego que serán olvidadas. Pero el amor suyo, ese regalo que usted les entregó, es lo que más necesitaban y lo que siempre será recordado.

El recuerdo de un amor prodigado y recibido, es el único don que perdu­ra durante toda una vida.

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