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miércoles, 10 de septiembre de 2014

Matutina de Menores: Septiembre 10, 2014

OTRA VOZ


«Atiende a mis palabras, hijo mío; préstales atención [...]. Ellas dan vida y salud a todo el que las halla» (Proverbios 4: 20-22).



Los asustados cazadores miraron a la angustiada mujer que corría hacia ellos, y a las dos niñas que estaban en tierra, luego salieron corriendo hacia el interior del bosque. Yo corrí hacia mis hijas y al momento ellas se levantaron y se echaron en mis brazos. Lloraban en forma incontrolable, y las abracé fuertemente.

—Creí que las habían matado.

—Nos habrían matado, mamá —dijo Rhonda— de no haber sido porque nos gritaste diciendo que nos tiráramos al suelo.

—¿Qué? Yo no les grité. Yo no les dije que se echaran al suelo.

—Si, mamá, ¡tú nos dijiste que nos echáramos al suelo!

—Lo único que yo hice fue gritarles a los cazadores.

—Era tu voz, mamá, estoy segura —insistió Rhonda.

Los ojos se me llenaron de lágrimas al darme cuenta de que Dios había salvado la vida de mis hijas hablándoles a ellas con mi aguda voz de soprano, no con una ronca voz de bajo, ni de tenor.

Más tarde, cuando mi esposo llegó a casa, fuimos a ver el lugar donde las niñas habían estado. Sacando un cortaplumas de su bolsillo, extrajo una bala del tronco de un árbol que estaba precisamente detrás del lugar donde se encontraban las chicas. El otro plomo lo encontró en el árbol de al lado. Ambos estaban al mismo nivel de la cabeza de mis hijas mientras montaban bicicleta.

Si Kelli y Rhonda no se hubieran acostumbrado a reconocer y a obede­cer mi voz, no se habrían echado al suelo de inmediato. Dios también nos habla a través de nuestros familiares y amigos. En ocasiones lo hace direc­tamente, utilizando una voz que conocemos y que captará nuestra aten­ción, de esa forma nos libra del peligro y de la destrucción. Nuestra tarea es escuchar para oír el mensaje de Dios, sin importar qué método de comu­nicación decida utilizar.

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