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domingo, 7 de septiembre de 2014

Matutina de la Mujer: Septiembre 7, 2014

Vi al ángel de Jehová

 

“Porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y en sus manos te sostendrán”. Mateo 4:6

 
 
Entonces tenía 18 años. Una tar­de sentí fuertes puntadas a la altura del pulmón izquierdo. Los dolores se hacían cada vez más fuertes hasta tornarse insoportables. Casi sin poder respirar, fui llevada de urgencia al hospital. Los estudios die­ron como resultado una pleuritis severa y debía ser intervenida. A pesar de estar conectada al oxígeno, no podía respirar y empecé a desesperarme. Los médicos se reunieron en junta de emergencia y decidieron colocarme una sonda por la garganta para conducir el oxígeno a mis pulmones.

De inmediato se preparó el quirófano. La situación se estaba descontrolan­do y el pronóstico era sumamente reservado. Mis padres se unieron en oración ferviente. Instantes después llegó nuestro pastor para ungirme.
 
Mi madre se acercó y visiblemente quebrada me dijo que me pusiera en las manos de Dios. Traspasada de dolor, percibí que se estaba despidiendo. En ese momento pasaron por mi mente muchas promesas de Dios y oraciones contes­tadas. Recordé los milagros que conocía, pero sentí que yo estaba fuera de esas mercedes porque ya no me llegaba el oxígeno a los pulmones.
 
De pronto, mientras todos luchaban por restablecer mis signos vitales, llegó una doctora de tez blanca y cabello ondulado y vio cómo me retorcía desesperada por conseguir oxígeno y respirar. Puso su mano en mi cabeza y me dijo: “Tran­quila, confía en Dios, todo va a estar bien”. Su toque, la profundidad de su mirada, la seguridad con que me tranquilizó y su dulce voz fueron una inyección de vida instantánea. De pronto, absorbí una bocanada de aire y empecé a respirar sin dificultad.
 
Sorprendidos, los médicos me hicieron nuevos estudios y se produjo el milagro: mis pulmones estaban mejor. Pregunté por la doctora para agradecerle y abrazarla, pero me dijeron que no había ninguna doctora con esas características. Entonces comprendí que había sido un ángel del Señor que había venido en respuesta a nuestras plegarias.
 
Ese milagro marcó mi vida; desde ese día decidí vivir por y para Dios, lo que me hace comprometida, junto a mi esposo, en el santo ministerio.

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