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sábado, 13 de septiembre de 2014

Matutina de la Mujer: Septiembre 13, 2014

¿Por qué, Señor?


"Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí." Isaías 6:8



Disfrutaba de mi vida profe­sional, cuando mi esposo recibió un llamado para trabajar como pastor en un lugar frío e inhóspito de La Paz. Mientras via­jábamos a nuestro nuevo distrito, no cesaba de preguntarle a Dios por qué debía ir a ese lugar. Aún recuerdo el día cuando llegué a Lahuachaca. Era un viernes, caía una fuerte nevada y yo car­gaba a mi hija de apenas un mes. Estaba tan desanimada que había perdido el deseo de ejercer mi profesión.

Atrás habían quedado las promesas de servir a Dios en cualquier lugar y circunstancia si él me permitía estudiar Medicina. El Señor cumplió su parte, pero la comodidad, las ganancias económicas y el estatus me hicieron perder el rumbo. Ya no quería cumplir la promesa que había hecho.

Un día, sonó el timbre de la casa pastoral. Sin ganas fui a abrir la puerta. Allí, parada, estaba una señora de unos 35 años, con cuatro niños y un bebé de tres meses cargado en los brazos por una niña de seis años. ¡Habían caminado 45 minutos para encontrar a su pastor y pedirle una oración por su salud! Mientras hablábamos, el llanto del bebé interrumpió la conversación; la niña de seis años acercó al bebé hasta el pecho de la madre y en medio de llantos, el bebé intentaba succionar. Yo no entendía por qué la madre no podía sostener al bebé, cuando de pronto observé las manos de aquella mujer. Estaban totalmente deformadas. Cuando las toqué, en las articulaciones inflamadas, ruborosas y calientes se podía percibir una terrible artritis que le dolía hasta en el rostro.

¡No soporté ver aquella escena! ¡Yo también era madre! Lloré desconsolada­mente. Esta humilde mujer solo pedía una oración de su pastor… ¡Qué escena! Allí estaba la respuesta a mis cuestionamientos. La llevé al consultorio, froté sus manos y le coloqué un antiinflamatorio. No la curé, pero al menos pude mejorar su calidad de vida. Ese día sentí que mi profesión valía la pena y era útil y nece­saria en ese lugar.

Amiga, Dios guía nuestros pasos. ¿Cuestionas a Dios por cosas que pasan en tu vida? No lo hagas. El sabe. Solo dile: “¡Heme aquí, Señor!”.

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