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jueves, 11 de septiembre de 2014

Matutina de Adultos: Setiembre 11, 2014

Fracaso en Minneápolis sobre la cuestión de la autoridad

Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón. Jeremías 15:16.

Es bueno comer las palabras de Dios. Pero, a veces, preferiríamos participar de las de otras personas.

Ese pensamiento nos remonta al tema de la autoridad en Minneápolis. Si bien las repercusiones del congreso tuvieron sus éxitos, también tuvieron sus fracasos. Quizás el más obvio fue la tentación continua a depender de las opiniones humanas. Sin embargo, en 1894 ya no eran las palabras autoritativas de Butler y de Smith sino las de Jones las que causaban problemas. El repetido aval que tuvieron él y Waggoner de parte de Elena de White en Minneápolis, y después, indudablemente había preparado la mente de muchos para aceptar cualquier cosa que ellos dijeran o escribieran. Debido a que exaltaban a Cristo, pero el poder de las fuerzas del adventismo estaban alineadas contra ellos, ella tuvo que “gritar en alta voz” su respaldo hacia ellos, para que les prestaran oídos.

Su voz no fue ignorada. En 1894, S. N. Haskell sintió la obligación de hacerle la observación de que había sido “absolutamente necesario” que ella “defendiera a los pastores Waggoner y A. T. Jones durante estos años”. “Pero”, añadió, “todo el país ha sido acallado en sus críticas contra ellos en la medida necesaria. Se ha peleado la batalla, y se ha ganado la victoria”.

La iglesia, le dijo, ahora afrontaba el problema opuesto: la gente y los líderes eclesiásticos “estaban tomando todo lo que ellos [Jones y W. W. Prescott] decían como si fuese casi inspirado por Dios”. F. M. Wilcox había llegado a una conclusión similar. Al escribir desde Battle Creek, señaló: “Hubo un tiempo en que muchos de los principios que el hermano Jones ha hecho resaltar eran combatidos; pero últimamente la gran mayoría de nuestro pueblo se ha colgado de sus palabras casi como si fuesen las palabras de Dios”.

Así es que, para 1894, los adventistas habían engendrado una nueva crisis de autoridad. “Algunos de nuestros hermanos”, comentó Elena de White, “han mirado a estos pastores y los han colocado donde debería estar Dios. Han recibido cada palabra de sus labios, sin buscar con atención el consejo de Dios para ellos mismos” (Carta 27, 1894).

¿Aprenderemos alguna vez?

Una de las grandes lecciones del Congreso de la Asociación General de 1888 trae consigo la definición de autoridad: que la Palabra de Dios es la autoridad suprema; y que necesitamos dejar de confiar en las palabras de los seres humanos y de leer la Biblia a través de los ojos de ellos.

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