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martes, 5 de agosto de 2014

Matutina de Menores: Agosto 5, 2014

Conquistando el temor


«Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28: 20).



Scott se apresuró a regresar a la choza donde se alojarían paira preparar­se para el concierto. «Este lugar sí podría llamarse “el fin del mundo”», pensó. Después de lavarse un poco y de cambiarse de ropa, se sintió mejor. «Quizá sobreviva», concluyó.

El calor tropical no se alivió demasiado después de que el sol se ocultara. Cuando Scott y sus compañeros llegaron al lugar del concierto, estaba aba­rrotado por centenares de personas que deseaban escuchar el mensaje de Jesucristo con música. Scott contempló los rostros, algunos desfigurados por la enfermedad. Nunca había cantado ante un público tan ansioso de escuchar. Al final del concierto la gente no quería que los músicos se retira­ran. Pedían más y más, así que el grupo cantó hasta altas horas de la noche. Finalmente, agotados y roncos, tuvieron que ir a descansar.

El ayudante del jefe los llevó a la choza y les dijo que lo llamaran si necesi­taban salir de ella durante la noche. «Hay muchas serpientes venenosas», dijo. Scott aprovechó para preguntar cuál era la razón de las hogueras encen­didas alrededor de la aldea. «Para mantener alejados a los leones durante la noche», fue la respuesta. Al oír eso, Scott supo que esa noche no pegaría ojo.

Mucho después de que sus amigos se durmieran, Scott seguía sentado junto a la entrada de su carpa, mirando hacia fuera y recitando versículos que había aprendido de niño. «Así que esto es lo que significa ir como misio­nero de Dios a predicar en las partes más remotas de la tierra», pensó. Mientras permanecía allí sentado, se dio cuenta de que por primera vez en su vida se encontraba en un lugar en el que Dios no tenía más testigos que a él. Dios lo había escogido para que fuera su voz.

En medio de aquel paraje de Africa, Scott llegó a la conclusión de que no hay mayor privilegio que ser usado en el servicio de Dios, ya sea en tu ciu­dad o en regiones lejanas. Las lágrimas nublaron sus ojos mientras miraba al cielo, dando gracias a Dios por permitirle usar sus talentos, por ayudarlo a conquistar sus temores, y por haberlo enviado a Africa.

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