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jueves, 14 de agosto de 2014

Matutina de Menores: Agosto 14, 2014

UNA CARTA


«Ese mensaje es como una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que el día amanezca y la estrella de la mañana salga para alumbrarles el corazón» (2 Pedro 1: 19).



William Walker, un negociante de poca monta, caminaba por la calle en dirección a la Oficina de Asuntos Indígenas. Además de hacer negocios, esperaba pasar la tarde intercambiando historias con el capitán Clark. Lo que no esperaba era iniciar un movimiento misionero en el Oeste nor­teamericano. La historia que Clark le relató acerca de cuatro indios que andaban en busca del Libro del Cielo sorprendió a Walker.

—¿Están aquí? ¿Ahora?

—Así es —contestó Clark—. Aunque no soy predicador, creí que debía ayudarlos en lo que estuviera a mi alcance. Les relaté las historias de Adán, del diluvio y de Jesús. Los llevé a la iglesia. No sé qué más puedo hacer, ya que no leen inglés.

—¿Qué crees que le contarán a su gente cuando regresen? —preguntó Walker.

—Dudo que regresen. Hombre-de-la-mañana y Aguila-Negra han muer­to. Tan solo quedan dos para relatar su experiencia.

Walker no podía olvidar lo que había visto y oído mientras viajaba de regreso a Ohio. El 19 de enero de 1833 escribió una carta a su amigo Disosway contándole en detalle la historia de los indios. Disosway hizo publicar la carta en el periódico Christian Advócate. La noticia pasó de ciudad en ciu­dad, de estado en estado, y llegó a Europa.

Dos de los indios murieron en San Luis y otro durante el viaje de regreso a su tribu, pero Calzas-de-Piel-de-Conejo llegó de vuelta a su aldea y relató lo que había aprendido. La carta de Walker prendió una antorcha misione­ra entre los cristianos. Para cuando algunos cristianos llegaron al Oeste ya había un grupo de creyentes indígenas que los recibieron. Una conversa­ción, una carta, y la luz del amor de Dios iluminaron un remoto rincón del mundo, transformándolo para siempre.

William Walker jamás imaginó que su carta encendería un gran fuego. El únicamente compartió lo que sabía y permitió que el Espíritu de Dios hiciera el resto. Eso es todo lo que se nos pide que hagamos.

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