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viernes, 8 de agosto de 2014

Matutina de la Mujer: Agosto 8, 2014

Bendita sorpresa


“Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás”. Eclesiastés 11:1



En momentos de encrucijada económica, por los estudios universitarios de mis hijos, busqué trabajo en una escuela fiscal como maestra. Así conocí a Agustina, madre y presidenta de los padres de familia del curso que yo conducía. En la primera reunión, me presenté como profesora cristiana y esposa de un ministro, con el deseo de servir a los 39 pequeños de preescolar con los que iba a trabajar. Dije a los padres que con la ayuda de Dios lograríamos juntos los objetivos del grado, luego les expliqué que comenzaría mis clases con momentos de meditación y los invité a orar. Por la gracia de Dios, ninguno se opuso.

Agustina formaba parte del equipo de líderes de la escuela con más de mil alumnos. Los docentes la respetaban y hasta sentían temor por los informes que ella daba a las autoridades educativas del estado acerca del buen o mal trabajo de cada profesional. Era una de esas mujeres con autoridad que caracterizan a la ciudad de El Alto, La Paz. Luchadora y de gran influencia sindical, lograba lo que se proponía con marchas y huelgas bajo el eslogan “El Alto de pie, nunca de rodillas”.

Agustina supervisaba cada día a los docentes y su ronda terminaba en mi aula. Un día, observó el momento del devocional. Le gustó el programa y me dijo: “Profesora, muy bonito e interesante. Este curso va a funcionar bien”. Había actividades importantes en sábado, donde era imprescindible mi presencia, sin embargo su influencia ante la dirección siempre respaldó mis permisos y principios. Agustina y los padres de mis alumnos fueron motivos de oración para mí.

Amiga, Dios tiene hermosas sorpresas para nosotras, si confiamos en él y trabajamos fielmente, sin perder de vista nuestra misión. Cinco años enseñé en esa escuela estatal. Mis alumnos Ornar, Jhonatan y Yhovana, hijos de Agustina, se bautizaron juntamente con sus abuelos. En un encuentro de líderes del Ministerio de la Mujer, me encontré con Agustina. Nos emocionamos, abrazamos y lloramos como hermanas en Cristo. Mi corazón se llenó de gozo cuando supe que ella aceptó a Jesús y es diaconisa. Alabo a Dios y le doy gracias por esta grata sorpresa.

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