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jueves, 21 de agosto de 2014

Matutina de Adultos: Agosto 21, 2014

El espíritu de los fariseos


Honra es del hombre dejar la contienda. Proverbios 20:3.



Elena de White declaró: “Noté desde el mismo comienzo de la reunión [en Minneápolis] un espíritu que me preocupó”; una actitud que nunca antes había visto entre sus hermanos líderes y pastores. Le molestó que fuese “tan diferente del espíritu de Cristo, tan contrario al espíritu que debería manifestarse mutuamente, que llenó mi alma de angustia” (MS 3: 184, 198). Llegó a pensar que esa hostilidad era el “espíritu de Minneápolis”, o el “espíritu de los fariseos”. Es esencial comprender la actitud manifestada en Minneápolis, si deseamos entender la dinámica de las reuniones de 1888 y la posterior historia adventista.

Una descripción compuesta acerca del espíritu de Minneápolis, según la representó la señora de White, tendría las siguientes características. Primero, mostraba sarcasmo y bromas hacia el componente reformista de la iglesia. Algunos, por ejemplo, se referían a Waggoner como “la mascota de la hermana White”. Segundo, daba lugar a las críticas. Tercero, muchos manifestaban malas sospechas, odio y celos. Cuarto, sus poseedores estaban “embriagados con el espíritu de resistencia” a la voz del Espíritu. Quinto, llevaba a quienes lo tenían a hablar de una manera calculada para enardecer a los demás, en relación con aquellos que tenían creencias doctrinales contrarias. Sexto, generaba contención y debate doctrinal, en lugar del espíritu de Jesús. Séptimo, generaba una actitud que llevaba a “juegos de palabras” y a “sutilezas de palabras” en los debates doctrinales. En síntesis, el espíritu manifestado “era descortés, poco caballeroso y poco cristiano”.

Una de las cosas más notables sobre el espíritu de Minneápolis es que fue el resultado de un deseo de proteger los antiguos “hitos” doctrinales. Elena de White deploraba el hecho de que “una diferencia en la aplicación de algunos pasajes bíblicos hace que los hombres se olviden de sus principios religiosos” (Manuscrito 30, 1889). “Dios me libre de sus ideas [...]”, declaró, “si la recepción de esas ideas me haría tan anticristiana en mi espíritu, palabras y obras” (Manuscrito 55, 1890).

La tragedia de Minneápolis fue que, al tratar de conservar la pureza doctrinal del adventismo y sus interpretaciones bíblicas tradicionales, los líderes de Battle Creek habían perdido su cristianismo.

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