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miércoles, 16 de julio de 2014

Matutina de la Mujer: Julio 16, 2014

Poder en la oración


“También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar,” Lucas 18:1



Me quedé huérfana de ma­dre a los diez años. Ocho años después mi herma­no, médico, a quien queríamos mu­cho, murió víctima de un infarto.

Estas pérdidas fueron razón suficien­te para que mi padre desconfiara de la existencia de Dios.

Aunque yo no sabía todavía qué era la oración, recuerdo haber conversado muchas veces con mi Jesús por los momentos de soledad y pena que afrontaba en mi niñez. Cuando llegué a la adolescencia acepté a Cristo como mi Salvador personal. No fue fácil, porque mi padre renegaba de Dios. Muchas veces él iba a la iglesia solo para molestar a los hermanos, pero esto no me desanimó. A pesar de todo era mi padre, lo amaba y deseaba su salvación. Oraba fervientemente por él y por otros seres queridos que no habían aceptado a Jesús.

Al llegar a mi juventud, decidí estudiar Enfermería en la Universidad Peruana Unión, sin dinero y sin nadie que me apoyara. Mi Dios nunca me desamparó. Siempre estuvo a mi lado mediante gente solidaria que me brindó su ayuda. Felizmente, terminé mis estudios, me casé y hoy soy esposa de un pastor.

Oré durante 26 años por el ser que más amaba. Un día, mi padre tuvo que afrontar un preinfarto y otras complicaciones de salud, y se rindió a Cristo. Solo así pudo reconocer que Dios lo amaba y aceptó la salvación que él le ofrecía. Tenía noventa años cuando mi esposo tuvo el privilegio de bautizarlo y vimos su vida transformada por el poder de Dios.

Siempre le brindé la mejor atención y todo el afecto que tenía como hija. En noviembre de 2011, Dios lo llamó al descanso. Tengo la plena seguridad de que mis oraciones no fueron en vano; él descansa hasta que Jesús venga por segunda vez y lo llame nuevamente a la vida. Estoy segura de que compartiré con él la Tierra Nueva.

Querida amiga, si estás orando por un ser amado no te desalientes. Confía en Dios y ora sin cesar. Él escucha siempre nuestras oraciones y obra maravillas en nuestra vida. Aún tengo hermanos, sobrinos y primos que no han entregado su vida a Cristo. Sigo orando por ellos. Quiero abrazar y besar a mi padre aquel día, pero sobre todo, quiero abrazar a Jesús, mi Salvador y Redentor.

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