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domingo, 8 de junio de 2014

Matutina de la Mujer: Junio 8, 2014

Madres escultoras


“Sean nuestros hijos como plantas crecidas en su juventud, Nuestras hijas como esquinas labradas como las de un palacio” Salmo 144:12.



Escondida entre las montañas de lo que fue el antiguo reino de Edom, se encuentra la sor­prendente ciudad de Petra, que algu­nos identifican como la bíblica Sela, capital de ese reino vecino de Israel.

Probablemente, lo que más asombra a los visitantes, no son sus grandiosas y bien preservadas construcciones; otros monumentos de la antigüedad la aventajan en este sentido. Restos de templos y edificios, con sus elaboradas columnas y otras piezas arquitectónicas, están diseminados por todas las naciones del antiguo Imperio Romano. Los materiales con los cuales están hechos fueron tomados de canteras, tallados por artesanos y aplicados a los monumentales edificios. Si se malograban, los rehacían hasta que quedaban perfectos.

En el caso de Petra, sus edificios están esculpidos en la misma montaña. No se han podido mover, demoler ni rehacer. Si el artífice no hubiera sido lo suficien­temente hábil y cuidadoso, su obra hubiera quedado irremediablemente dañada, y Petra no sería la maravillosa ciudad que hoy se puede admirar.

Del mismo modo, cada ser humano al nacer tiene un sello que lo hace único e irremplazable: su carácter. Dios pone en manos de los padres, especialmente de la madre, la tarea de moldear el carácter de su hijo durante los primeros años, según la imagen divina.

Elena G. de White dice: “Cuán ferviente y perseverantemente trabaja el artista para transferir al lienzo una perfecta semejanza de su modelo; y cuán diligente­mente cincela y esculpe el escultor la piedra para que tome la forma del modelo que sigue. Así también los padres debieran trabajar para dar forma, pulir y refinar a sus hijos de acuerdo con el modelo dado a ellos en Cristo Jesús. [...] El trabajo del artista es pequeño y sin importancia comparado con el del padre. El primero trabaja con material inerte, con el cual produce formas bellas; pero el segundo trata con un ser humano cuya vida puede ser modelada para bien o para mal, para bendecir a la humanidad o para maldecirla; para salir a las tinieblas, o para vivir para siempre en un mundo futuro sin pecado” (Conducción del niño, cap. 73, p. 470).

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